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| Mercado 21 de Abril en junio de 1971 |
EL MERCADO 21 DE ABRIL DE CHIMBOTE
Hacia fines de 1967, los medios de comunicación de Chimbote y una parte de la población venían exigiendo la reubicación de La Paradita instalada en las dos primeras cuadras de la avenida Buenos Aires. Se había formado de manera provisional tras el desalojo de los comerciantes de la séptima cuadra del jirón Alfonso Ugarte. Sin las condiciones mínimas de salubridad, pronto se convirtió en un foco infeccioso, donde las ratas se reproducían sin cesar. El clamor general era trasladarla a la urbanización 21 de Abril o al barrio Bolívar.
Por aquel tiempo, otro de los problemas de Chimbote era la falta de un centro penitenciario adecuado para su población penal. El que existía funcionaba en un terreno situado en la parte trasera de la comandancia de la Guardia Civil, frente a la Plaza de Armas. Luego del derrumbe de una de sus paredes, la cárcel fue trasladada a un local provisional en la cuadra veintiséis de la avenida Meiggs, a la altura de la urbanización La Libertad.
En esa época, el mercado 21 de Abril aún no se había construido, ni tampoco el centro educativo Santa María Reina. En la parte ahora ocupada por el colegio, se hallaba La Pampa, una cancha de tierra que fue escenario de legendarios partidos de fútbol entre los mejores equipos de los barrios vecinos. En la actual ubicación de la plaza estaba el Banco de Materiales, un gran patio de cemento cercado con malla metálica que servía como almacén de suministros para la construcción de viviendas de la nueva urbanización. Mi familia vivía en la cuadra trece de La Aviación, frente al campo de fútbol, y cuando era niño, solía cruzar este sector para ir a la avenida Buenos Aires a ver pasar el tren.
El mercado 21 de Abril se edificó en 1968 e inauguró el sábado 21 de diciembre del mismo año. Fue construido por el Concejo Provincial del Santa, a un costo aproximado de dos millones y medio de soles, siendo alcalde de la comuna local el Ing. Guillermo Balcázar Rioja, y regidor de Alimentación Pública, el Dr. Víctor Dulong Pérez. Este nuevo centro de abastos albergó a los comerciantes de La Paradita de Buenos Aires, a ambulantes de la avenida Gálvez y a vecinos de la urbanización. En sus inicios, disponía de 145 puestos en el interior, y 8 tiendas para los mayoristas situadas en la parte exterior del recinto.
La construcción del mercado formó parte de un proyecto global para la urbanización 21 de Abril. La idea original, concebida a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta, incluía terrenos destinados a escuelas, iglesia, comisaría, áreas verdes, parques infantiles y deportivos. Con el correr de los años, la plaza creció y se convirtió en parte de la identidad de la urbanización. No solo fue un centro de abastos para la subsistencia de las familias, sino también un espacio que contribuyó a fortalecer el tejido social de la comunidad. Para varias generaciones, el mercado ha sido siempre el corazón del barrio.
Las ocho tiendas originales de la plaza fueron la farmacia 21 de Abril de Ángel Corrales, la cual ocupó dos locales; la bodega Anita de Carlos Paredes Ruiz, comercial Glenni de Pedro Glenni, bodega Yolita de Loreto Eugenio Sosa Arana, la tienda de abarrotes de Consuelo León Liñán, la bodega de Nila Zúñiga Miranda y el restaurante Doña Lola de Andrés Barrientos.
Respecto a los pasadizos interiores del mercado, recuerdo que en el pasillo central se situaban las vendedoras de pan, de las cuales yo era cliente de doña Yolanda Toribio de Chávez. A la entrada se vendían los ricos tamales de Leonor Grados Zavaleta, conocida como “Doña Doris”. En aquel pasadizo, la mayoría de los puestos ofrecían embutidos. Las carnicerías estaban en el mismo lugar que en la actualidad, y eran precedidas por un pasaje destinado a pollo y menudencias; existía también una sección adicional de este rubro donde ahora están las pescaderías.
En el costado del mercado, cercano a las viviendas de la manzana 15, se hallaban los puestos de comida, siendo el primero, el de la señora Elsa Quiroz Arias, situado a un costado de la puerta central. Hacia el centro de esta fila quedaba el negocio de doña Rosita Hernández Gamarra, madre de “Chisita” Cueva, amiga de mi niñez. Al otro lado de la misma puerta se encontraba la relojería Longines, de don Manuel Ramírez Sánchez. En el pasaje opuesto a las cocinerías se localizaba la administración del mercado y los servicios higiénicos. Los puestos de abarrotes estaban esparcidos por diversos pasillos.
Cuando se construyó el mercado en 1968, una parte de la edificación fue proyectada como servicio de guardería para los hijos de los vendedores. Un costado de este ambiente era próximo a las casas de la ya mencionada manzana 15, el muro frontal daba hacia La Pampa de fútbol, y la pared trasera tenía vistas a la vida diaria del mercado y allí se ubicaba la puerta de acceso. La guardería no se concretó; el destino y la consabida improvisación tenían otros planes para este local.
El terremoto de 1970 destruyó el inmueble en donde la cárcel de Chimbote había venido funcionando de manera provisional; nos referimos al establecimiento situado en la avenida Meiggs, frente a la urbanización La Libertad. Entonces, las autoridades le echaron ojo al recinto proyectado para la guardería del mercado 21 de Abril. De tal suerte que así es como los vecinos del lugar nos familiarizamos, por varios largos años, no solo con los muros amarillos del penal, sino también con la vida en su interior. Un periodista que estuvo recluido allí, tras su experiencia en este lugar, publicó un libro que tituló “Cárcel o Infierno”.
Recuerdo a los guardias republicanos Genaro “Chalaquito” Araujo y Uldario Gambini en la garita de control de la esquina del penal, las historias que los vecinos contaban acerca de los reclusos Pichuzo y Tarrata, y las persecuciones con pistola en mano de algún preso que era llevado a la posta médica Santa Clara, aduciendo estar enfermo para fugarse en el camino. En 1970 y 1971, en este sector del 21 de Abril, coexistieron La Pampa de fútbol, el famoso bar El Frontón y la cárcel. Ocurría entonces que, mientras el Juan Joya o el Sport Zenit corrían detrás de la pelota, “La cárcel de Sing Sing” del boricua José Feliciano sonaba para todo el mundo en la radiola, al tiempo que el Pichuzo le repetía a las visitas de los domingos: “Señor, señora, yo soy inocente”.
Otro elemento importante en la historia de la plaza es la Plataforma de Carga y Descarga. Este era un patio grande de cemento localizado entre el mercado y el primer carril de la doble pista. Formó parte del plano inicial y fue proyectado para que los camiones descargaran los productos destinados a abastecer los negocios. No pasó mucho tiempo y la plataforma empezó a ser invadida por vendedores ambulantes. Los primeros en hacerlo fueron un grupo conocido como Los Huaracinos, provenientes de la serranía de Ancash, y llegaban con productos como papa, menestras, harinas, cancha, mote, quinua, capulí, máchica y jamón. Cuando se quedaban en la ciudad, dormían en el corral del señor Leopoldo Herrera, situado en la zona B del 21 de Abril. Cabe mencionar que el término Los Huaracinos (o Huaracinas) en Chimbote siempre se ha usado para designar a los negociantes andinos que, en forma itinerante, ofertan sus productos en los mercados.
Después de Los Huaracinos, la plataforma fue poblándose con otros ambulantes hasta convertirse en una parada informal. Recuerdo a diversas personas que trabajaron aquí y en los alrededores del centro de abastos. Primero, debemos indicar que, inicialmente, las pescaderías estuvieron en este patio, pegadas a la pared de la plaza, y después se mudaron al interior, frente al muro de la cárcel, donde anteriormente hubo una sección de pollo y menudencias. Cerca de la entrada del penal se situaban las cevicherías al paso; una de las primeras fue doña Miquelina Reque Barrueto, y luego también Celia Estevez Ramírez y Armida Contreras. Con especial afecto, recuerdo a Mario Marti Alcántara, quien desde jovencito andaba de un lugar a otro con sus productos de mercería hasta ganar ubicación en la plataforma; mi madre fue costurera y siempre enviaba a sus hijos a comprarle mercancías. Doña María Benites Gómez, con un triciclo frente a la farmacia, vendía su delicioso champús con tortas de manteca y tocino.
En abril de 1972, Chimbote fue conmocionado por la noticia de una fuga masiva en la cárcel del 21 de Abril. Un grupo de reclusos logró abrir un forado en la pared que daba a la antigua sección de pollo y menudencias, ahora de pescaderías, y se escabulló a través del mercado. El escape tuvo lugar mientras en la ciudad se inauguraba el VI Festival Deportivo. En octubre del mismo año, los delincuentes Mudo y Huacatón, quienes dirigieron la primera huida y luego fueron capturados, volvieron a escaparse. Otros internos como Pepelín, Ñato Pepe y Turco también ganaron notoriedad por las evasiones de entonces. A raíz de las fugas carcelarias, la policía realizaba intensas batidas, y la población vivía en un estado de zozobra.
En 1974, la plataforma se convirtió en la ampliación del mercado. Este nuevo capítulo en la historia del lugar trajo progreso material y formalidad a los ambulantes de la plataforma. Doña Angélica Laguna Sánchez, junto a otros colegas de la misma explanada, fueron los gestores de este avance. Los puestos construidos en dirección al muro original se dedicaron a frutas y verduras; los orientados hacia la pista, a mercería y ají molido; ademas, había una variedad de otros rubros que también podían hallarse entre los mencionados. En los años siguientes a la ampliación, algunos estibadores lograron ganarse el aprecio de vendedores y compradores; hoy los recordamos en este relato: el Platanazo, alto, delgado y blanquiñoso; el Pailover, mestizo, robusto y fuerte; y la Buenamoza, bajito, de rasgos andinos, servicial y con debilidad por el trago.
Durante su etapa inicial, el centro de abastos creció rápidamente, desbordando la antigua plataforma. Nuevas oleadas de ambulantes ocuparon los sectores circundantes, incluyendo la berma central de la doble vía y la vereda delimitada entre la pista y el lote de cemento donde se jugaba futbito. Esta expansión alcanzó finalmente la superficie de tierra frente al convento de las madres. La mayoría ofrecía frutas, papas, camotes, yucas y hortalizas; también había zapateros remendones y puestos de comida. Sin embargo, el mercado no fue inmune a las crisis. Alrededor de 1976-77, el negocio decayó significativamente ante el auge de la parada de abastos del barrio El Progreso. Igualmente, la historia estuvo marcada por intervenciones de las autoridades, como la ocurrida a mediados de los 70: los ambulantes de la berma central y áreas aledañas fueron desalojados; un buen número de ellos optó entonces por instalarse en la plataforma inicial del proyectado mercado en la urbanización El Carmen.
La cárcel del 21 de Abril, finalmente, dejó el mercado en 1982, trasladándose a un local del barrio Miramar, cerca de la playa, entre los jirones Unión y Casma, donde anteriormente había funcionado el colegio María Goretti. Fue una de esas ausencias que no se extrañan, pero que en mi mente dejó imágenes y fantasmas que aún me rondan. Tiempo después, el establecimiento fue refaccionado, una mano de pintura cubrió las inscripciones vulgares, y el olor a excremento demoró en irse, pero eventualmente se fue. En 1989, una cuna jardín se instaló dentro de las cuatro paredes, como siempre debió haber sido.
En 2003, la Asociación de Comerciantes del mercado compró a la Empresa Nacional de Edificaciones (ENACE) el predio de la plaza conocido como “La Ampliación”, por el monto de 50,000 dólares. El contrato fue firmado por la junta directiva de los comerciantes, presidida por Manuel Valdivieso Chacón, y por la encargada de la Junta de Liquidación de ENACE, Dra. Dora Ballester Ugarte. Este momento marca otro capítulo en la historia del mercado, que viene siendo documentado por el mismo Manuel. Él no solo es un comerciante interesado en el progreso del centro de abastos, sino también un destacado comunicador social. Lo considero un cronista moderno que a diario nos cuenta aspectos relevantes del mercado y sus personajes.
Cuando pienso en un símbolo de mi propio barrio, a mi mente viene el viejo cine San Isidro. Si imagino uno de Chimbote, acude la Plazuela 28 de Julio. Y si en mis pensamientos busco aquello que me recuerda más al 21 de Abril, aparece el mercado. El vínculo que me une a la plaza nació a fines de los 60. Era entonces un chiquillo fanático de los deportes; cada día atravesaba el mercado de punta a punta hasta llegar al quiosco de los padres de Porfirio Eulogio Fernández. Ahí leía cada letra que podía de los diarios colgados al viento. Me enteraba de la “U” y Alianza, del Liverpool de Inglaterra, y de los triunfos internacionales de la tenista peruana-uruguaya Fiorella Bonicelli y el ajedrecista Orestes Rodríguez.
“Anda compra el pan al mercado”, me decía mi madre por aquellos tiempos. “Anda compra botones al Mario”, me repetía cuando era adolescente. “Ayúdame a cargar la bolsa”, me ordenaba años después. “¿Cuántos tamales compro?”, le pregunto yo cada mañana cuando viajo de visita a Perú. Ella me responde y añade: “Y no te olvides de saludar a mis caseras”. Tarea cumplida, me repito, cuando le pongo el punto final a esta historia.
Diciembre, 2025
New Hampshire/USA
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