UN GRINGO EN MI BARRIO DESPUÉS DEL TERREMOTO
Mister Clinton (Clinton Wilkins) 1970 |
Nadie supo como llegó al barrio cuatro semanas después del terremoto del 31 de mayo de 1970, pero el hecho es que apareció en las calles polvorientas de San Isidro, aún llenas de escombros, y más de un perro muerto descomponiéndose a la intemperie. Chimbote todavía olía a muerte por aquellos días, pero el tufo ominoso del dolor ya había empezado a ceder ante la luz de la esperanza.
Era un gringo alto, apuesto, bordeando unos veinticinco años de edad. Vestía camisa a cuadros, blue jeans, y zapatos de trabajo color marrón. Caminaba a grandes trancos por las calles de San Isidro y el 21 de Abril, mientras una nube de chiquillos lo seguía casi corriendo. Tenía la sonrisa fácil, el corazón noble y una naturaleza trabajadora. Siempre estuvo ayudando en algo, ganándose pronto el cariño de grandes y chicos.
“Me llamo Clinton”, había dicho sin agregar mayores detalles. Así que nosotros lo llamamos “Mister Clinton”. Y a pesar de la buena amistad que forjó en las siguientes semanas con el barrio, en realidad nunca supimos nada más de él aparte de su nombre y su nacionalidad norteamericana.
Y así como de la nada apareció en junio, igualmente desapareció en septiembre. Yo era entonces un chico de nueve años de edad, para quien su presencia, y luego su recuerdo, no pasó de ser una anécdota circunstancial. Pero cuando me hice adulto sentí la necesidad de encontrarlo para darle las gracias por todo lo que hizo por mi barrio en una época en que la desgracia nos marcó para siempre.
Durante años y décadas pregunté por él a cuanta persona pudo haberlo conocido por aquellas semanas de 1970. Cuando el internet arribó utilicé este medio para buscarlo. Revisé cada archivo disponible de los Cuerpos de Paz, pues siempre pensé que Mister Clinton había sido parte del voluntariado de esa organización en el Perú. Y ya en los últimos años, dado el tiempo transcurrido, me inquietó la idea de que a lo mejor la vida nos habría jugado una mala pasada sin que mi gratitud pueda haber llegado a su destino.
Yo nunca supe que Mister Clinton había sido maestro de escuela. De ello recién me enteré la noche del sábado 14 de diciembre del año pasado. Pero lo curioso es que durante algunas de las semanas que estuvo en Chimbote en 1970 el buen gringo fue mi profesor. Yo, entonces, cursaba el tercer año de primaria (cuarto grado). Mil novecientos setenta fue un año extraño para mí, no sólo por el terremoto, sino también porque en lugar de tener un solo docente como era lo debido, en realidad tuve cinco.
Me explico. Desde que empecé la primaria en 1967, y durante tres años me enseñó la venerable educadora, doña Eva Carbajal de García. Luego, al acudir al primer día de clases en 1970 nos dio la bienvenida una profesora nueva, Magda González Martell, quien era hija del director del plantel, don Felipe González Olivera. Ella sólo estuvo por unas semanas y fue remplazada por don Hidelbrando Gavidia Carbajal, hijo de la profesora Eva, y también de breve duración. A continuación vino don Macedonio Rodrigo Cordero Macedo, quien aún no era profesor pero estudiaba educación en la Normal Indoamérica de Chimbote. Y luego llegó el terremoto e interrumpió el año escolar.
Cuando el lunes 3 de agosto se reiniciaron las clases, el director del plantel nos comunicó que Mister Clinton iba a enseñarnos por unas semanas, lo cual generó gran alegría entre los alumnos. Finalmente, en septiembre tuvimos como profesor a otro estudiante de la Normal Indoamérica, don Leonardo Severo Rashta Rojas, y con él terminamos el año escolar.
Me explico. Desde que empecé la primaria en 1967, y durante tres años me enseñó la venerable educadora, doña Eva Carbajal de García. Luego, al acudir al primer día de clases en 1970 nos dio la bienvenida una profesora nueva, Magda González Martell, quien era hija del director del plantel, don Felipe González Olivera. Ella sólo estuvo por unas semanas y fue remplazada por don Hidelbrando Gavidia Carbajal, hijo de la profesora Eva, y también de breve duración. A continuación vino don Macedonio Rodrigo Cordero Macedo, quien aún no era profesor pero estudiaba educación en la Normal Indoamérica de Chimbote. Y luego llegó el terremoto e interrumpió el año escolar.
Cuando el lunes 3 de agosto se reiniciaron las clases, el director del plantel nos comunicó que Mister Clinton iba a enseñarnos por unas semanas, lo cual generó gran alegría entre los alumnos. Finalmente, en septiembre tuvimos como profesor a otro estudiante de la Normal Indoamérica, don Leonardo Severo Rashta Rojas, y con él terminamos el año escolar.
A fines de junio, cuando Mister Clinton apareció por primera vez en el barrio, yo no tenía idea que la razón de su presencia era ayudar en la plaza vacante de profesor que necesitábamos para el tercer año del Centro Educativo de Varones Nº 3151, ubicado en la esquina de la avenida Aviación y el jirón Huáscar, a una cuadra de mi casa. Desafortunadamente, a esa fecha, el reinicio de clases aún no era posible pues el local escolar había sido destruido por el terremoto y todavía permanecía en ese estado.
Sin embargo, a mediados de julio un camión grande se detuvo frente a mi casa. Éste contenía los materiales para la reconstrucción de la escuela. El director del plantel había coordinado con mi padre para que el cargamento sea almacenado en nuestro corral hasta el inicio de la obra. Se trataba de una gran cantidad de esteras de carrizo y de totora, cañas de carrizo, palos de eucalipto, y vigas de madera.
Sin embargo, a mediados de julio un camión grande se detuvo frente a mi casa. Éste contenía los materiales para la reconstrucción de la escuela. El director del plantel había coordinado con mi padre para que el cargamento sea almacenado en nuestro corral hasta el inicio de la obra. Se trataba de una gran cantidad de esteras de carrizo y de totora, cañas de carrizo, palos de eucalipto, y vigas de madera.
Durante las dos semanas siguientes los padres de familia reconstruyeron la escuela en jornadas voluntarias de trabajo. La parte técnica estuvo a cargo de Felipe González Martell, un joven de 23 años de edad, hijo del director del plantel. Mister Clinton también participó activamente. En esos días era común ver a los vecinos clavar las partes bajas de las paredes y reservar las más altas para el gringo. Entonces alguien le decía: “Mister Clinton, usted no necesita escalera, ponga este clavito arriba por favor”. Y el buen gringo respondía, “No problem”.
Los chiquillos del barrio también nos hicimos presentes, posiblemente más estorbando que ayudando. Recuerdo que a mí me gustaba buscarle la conversación a Mister Clinton. Yo era un informado niño de nueve años de edad. En prolongadas charlas de política e historia con mi padre, desde un punto de vista crítico aprendí un cúmulo de conocimientos acerca de la política exterior norteamericana. Y esta visión yo se la trasladaba a Mister Clinton, quien sólo me escuchaba pacientemente con una sonrisa en el rostro.
En el jirón Unión, a una cuadra de mi casa, vivía una de las familias fundadoras del barrio, y aquí don Marino Ramírez Pinedo dirigía una escuelita privada de un par de aulas y un puñado de alumnos. Un día a comienzos de julio este vecino invitó a Mister Clinton a dar clases de inglés en uno de sus ambientes. Y el buen gringo aceptó.
De tal suerte que por varios días, una docena de vecinos de diversas edades nos sentábamos en las carpetas de don Marino para escuchar a Mister Clinton. La mayoría asistíamos sobretodo para disfrutar de su presencia. Nos gustaba oírlo y sentíamos curiosidad por aquel gringo alto que era notoriamente tan diferente a nosotros. De las lecciones de inglés algo aprendimos: good morning, good afternoon, otros saludos, y posiblemente algunas palabras más.
Como ya he indicado anteriormente, nuestra escuela reabrió sus puertas el lunes 3 de agosto. Ese día Mister Clinton se cuadró frente a mi aula y reiniciamos el año escolar. El nuevo profesor era divertido pero disciplinado. Hablaba un buen español, su gramática tenía algunos baches pero era perfectamente entendible. Tal vez traduciendo de su inglés “everybody”, se dirigía a nosotros con la frase “todo el mundo”. Un día preguntó si habíamos terminado de escribir lo que él había anotado en la pizarra. Y el alumno César Segundo “Chino” Del Río Vásquez, pidió la palabra y le dijo, “Profesor, no se dice, ¿ya acabó todo el mundo? se dice, ¿ya acabaron todos los alumnos?”. El buen gringo se puso más colorado que de costumbre, y sonrió.
Como ya he indicado anteriormente, nuestra escuela reabrió sus puertas el lunes 3 de agosto. Ese día Mister Clinton se cuadró frente a mi aula y reiniciamos el año escolar. El nuevo profesor era divertido pero disciplinado. Hablaba un buen español, su gramática tenía algunos baches pero era perfectamente entendible. Tal vez traduciendo de su inglés “everybody”, se dirigía a nosotros con la frase “todo el mundo”. Un día preguntó si habíamos terminado de escribir lo que él había anotado en la pizarra. Y el alumno César Segundo “Chino” Del Río Vásquez, pidió la palabra y le dijo, “Profesor, no se dice, ¿ya acabó todo el mundo? se dice, ¿ya acabaron todos los alumnos?”. El buen gringo se puso más colorado que de costumbre, y sonrió.
Muchos años después, cuando empecé la tarea de buscarlo, las pistas para lograr mi propósito eran escasas. Yo lo recordaba perfectamente. Pero los vecinos de la época del terremoto a quienes les indagaba por él, sólo guardaban memoria de “un gringo alto” y nada más. Hacia fines de la década noventa, mientras yo vivía en Europa, encargué a un familiar en Chimbote que visite al vecino Marino Ramírez, y le pregunte si sabía el nombre completo del norteamericano que dio clases de inglés en su domicilio después del terremoto.
Contra todo pronóstico recibí una respuesta alentadora. El gringo se llamaba Gregorio Labusa y era de Boston, pero la información resultó ser un fiasco. Veinte años perdí buscando este nombre en el internet. Utilicé todas las combinaciones posibles incluyéndole “Clinton”, y nada. Lo busqué con “Gregorio” en español, inglés, y otros idiomas, y nada. Exploré también con “Greg”, forma abreviada de Gregory en la costumbre angloamericana, y nada. Lo cierto es que el dato era incorrecto: el gringo nunca se llamó Gregorio Labusa.
Contra todo pronóstico recibí una respuesta alentadora. El gringo se llamaba Gregorio Labusa y era de Boston, pero la información resultó ser un fiasco. Veinte años perdí buscando este nombre en el internet. Utilicé todas las combinaciones posibles incluyéndole “Clinton”, y nada. Lo busqué con “Gregorio” en español, inglés, y otros idiomas, y nada. Exploré también con “Greg”, forma abreviada de Gregory en la costumbre angloamericana, y nada. Lo cierto es que el dato era incorrecto: el gringo nunca se llamó Gregorio Labusa.
Algo fue diferente la noche del sábado 14 de diciembre del año pasado. Yo estaba sentado frente al laptop haciendo mis cosas de costumbre. Por enésima vez en google volví a tipear “Clinton Gregory Labusa Boston”, y antes de que aparezcan los consabidos resultados, lo borré. En cinco meses el terremoto cumpliría cincuenta años. Y en once meses yo cumpliría sesenta años de edad. Abrumado por la frustración, me dije: “Eduardo, has reconstruido muchas historias del pasado gracias a tu buena memoria. Manda Gregorio Labusa al carajo, y confía en tus propios recuerdos”. Y así lo hice. A las nueve y quince de esa noche escribí en google: “Clinton Chimbote 1970”.
La vida siempre tiene sus ironías. Y escogió ese instante… el internet estaba lento. A paso de tortuga fueron mostrándose las primeras entradas. Algo que no había visto antes llamó mi atención, y le di un clic. Un documento en blanco y negro fue abriéndose, demoraba tanto que parecía discurrir de una antigua máquina de escribir. De pronto apareció parte de un rostro y algo dentro de mí me dijo que lo conocía. Primero el cabello, luego la frente, el bigote, la cara completa… “¡Mierda, lo encontré!”, exclamé. Pero, instintivamente, el otro Eduardo más cauteloso y zarandeado por las reticencias de la vida, se dijo: “No, no puede ser posible”.
Subí las escaleras en busca de mi esposa, con el laptop en las manos, como quien carga una torta con las velas prendidas. “Creo que lo he encontrado”, le dije. “¿De qué hablas”?, me preguntó. Con dos palabras, le respondí: “Mister Clinton”. Ella sabía la historia del gringo que llegó a mi barrio después del terremoto desde que la conocí en Europa y nos hicimos enamorados. Y me conocía lo suficiente como para saber que la emoción me embargaba. Así que me pidió el laptop y se hizo cargo del asunto. Ella cruzó la información que yo había encontrado con otras páginas webs y redes sociales. “Es él, es un maestro, un gran educador, un hombre de éxito”, me dijo finalmente.
La vida siempre tiene sus ironías. Y escogió ese instante… el internet estaba lento. A paso de tortuga fueron mostrándose las primeras entradas. Algo que no había visto antes llamó mi atención, y le di un clic. Un documento en blanco y negro fue abriéndose, demoraba tanto que parecía discurrir de una antigua máquina de escribir. De pronto apareció parte de un rostro y algo dentro de mí me dijo que lo conocía. Primero el cabello, luego la frente, el bigote, la cara completa… “¡Mierda, lo encontré!”, exclamé. Pero, instintivamente, el otro Eduardo más cauteloso y zarandeado por las reticencias de la vida, se dijo: “No, no puede ser posible”.
Subí las escaleras en busca de mi esposa, con el laptop en las manos, como quien carga una torta con las velas prendidas. “Creo que lo he encontrado”, le dije. “¿De qué hablas”?, me preguntó. Con dos palabras, le respondí: “Mister Clinton”. Ella sabía la historia del gringo que llegó a mi barrio después del terremoto desde que la conocí en Europa y nos hicimos enamorados. Y me conocía lo suficiente como para saber que la emoción me embargaba. Así que me pidió el laptop y se hizo cargo del asunto. Ella cruzó la información que yo había encontrado con otras páginas webs y redes sociales. “Es él, es un maestro, un gran educador, un hombre de éxito”, me dijo finalmente.
Lo que hallé esa noche en la red fue el boletín informativo de una escuela de New Jersey, publicada en el otoño (norteamericano) de 1970. Y ahí, bajo el título “Después de un Desastre” se reproducen extractos del diario de un miembro de la plana docente. En junio de ese año esta persona viajó al Perú y estuvo en Chimbote ayudando a la reconstrucción de una escuela, y luego enseñó el aula del tercer año por unas semanas. El nombre del profesor era Clinton Wilkins.
Esa misma noche contacté a Mister Wilkins, y durante las siguientes cuarenta y ocho horas nos comunicamos con la mágica sensación de ser jóvenes otra vez gracias a los recuerdos. Ahí me enteré que él, desafortunadamente, no conservaba el diario que escribió durante sus días en Chimbote, y que tampoco tenía fotos de aquella experiencia. Me enteré también que él, en realidad, viajó al Perú sin tener ninguna ciudad en particular como destino final. Y si resultó en nuestro puerto fue porque su vuelo hizo escala en Caracas, y al avión subieron unos médicos venezolanos que iban a Chimbote para brindar ayuda. Ellos lo contactaron con un grupo de sacerdotes de la Congregación Santiago Apóstol de la ciudad de Boston quienes, para entonces, ya se encontraban en nuestra ciudad.
En las conversaciones con Mister Wilkins me enteré también de algo fundamental para mi. En la primavera (norteamericana) de 1972 la embajada del Perú en la ciudad de Washington condecoró a Mister Wilkins con la orden Daniel A. Carrión, alta distinción que le fue conferida en nombre del estado peruano como reconocimiento a su ayuda al Perú después del terremoto. Saberlo me brindó una gran alegría, pues darle las gracias había sido la razón principal por la cual yo había venido buscándolo durante tanto tiempo.
Y algo más. La noche del sábado 14 de diciembre del año pasado, mientras leía el boletín informativo de la escuela de New Jersey que encontré en el internet, supe que con anterioridad al terremoto, los alumnos del séptimo grado del aula de Mister Wilkins habían venido recaudando fondos a fin de enviar a su profesor a cierto país de Sudamérica para ayudar en alguna escuela que lo podría necesitar. En otras palabras, Mister Wilkins resultó en mi barrio gracias a la coincidencia de una cadena de eventos cuyo eslabón inicial fue la noble acción de aquel grupo de estudiantes. A ellos y a su profesor les hago llegar mi profundo agradecimiento… ¡cincuenta años después!
Post Data: Una pandemia universal golpea a la humanidad mientras escribo estas líneas. El mundo es un escenario nuevo e inesperado. Por cincuenta años nunca dudé que el terremoto de 1970 fue la más terrible experiencia colectiva que yo jamás haya vivido. Hoy me pregunto si aún tengo la misma certeza. Tiempos de incertidumbre para todos. Que Dios nos bendiga.
New Hampshire, USA
Mayo, 2020
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Entretenidisimo relato del gringo en Chimbote en 1970. Estaba buscando sobre otros terremotos en Chimbote y según los archivos hubo uno muy similar al del 70 en 1906.
ResponderBorrarMuy buen relato Eduardo saludos de tus vecinos
ResponderBorrarEduardo, como siempre tremenda historia y la forma de relatar tus vivencias es tan original que me lleva a recordar tantas cosas vividas y olvidadas, y que gracias a tu relato salen a flote nuevamente. Como siempre gracias por estos momentos y de veras k extrañaba tus relatos. Cuidate mucho se despide Victor Antonio Santana.
ResponderBorrarOhh Eduardo que manera de engancharnos !! Ese arraigo a nuestra tierra es impresionante y conmovedor, eres un investigador nato. El periodismo nacional se ha perdido un gran talento sobre todo en investigación..gracias !!
ResponderBorrarUn abrazo paisano.
Yo también me acuerdo del profesor míster clinton, nos daba clases en la escuela 3151 San Isidro, mis promociones d escuela: Dongo, lino Hernán y muchos más k no me acuerdo. k hermosos recuerdos
ResponderBorrarBuen relajo trayendonos los recuerdos del año 1970 que nos dejó recuerdos imborrables de toda índole. Felicitaciones Eduardo un abrazo que todo vaya bien en la familia. Cuidense mucho
ResponderBorrarGracias mi estimado Eduardo. Lindo relato.
ResponderBorrarQue buena historia que me hacen recordar momentos vividos de mi niñez en mi barrio san isidro, te felicito eres un gran talento Quevedo.
ResponderBorrarEduardo, siempre es un placer, leerte, nos enganchas y dejas en pindingas ¿Lo encuentra o no lo encuentra? Gol, al fin lo encontró. Me imagino la sorpresa y alegría del Gringo, y saber que los peruanos, somos agradecidos. Cuídate paisano, amigo, hermano.
ResponderBorrarUn abrazo Chimbotano.
Querido Eduardo que gran historia mis sinceras y agradecidas Felicitaciones ... Eres un excelente escritor, orgullosa de ser parte del Barrio San Isidro de Chimbote ... Dios bendiga a toda tu familia
ResponderBorrarHermano Eduardito, soy testiga del gran interes que siempre has tenido por este tema, y de como has dedicado años buscando informacion sobre el gringo Clinton. Gracias a Dios ya lo lograste y has escrito un lindo relato, dedicado a nuestro Chimbote en este mes de mayo en que se cumplen 50 años del terremoto. FELICITACIONES y BENDICIONES. Un abrazo.
ResponderBorrarHola Eduardo, como chimbotano que soy, me apasiona leer y recordar estos aspectos de nuestra historia porque coinciden con mi paso por ese barrio querido, San Isidro, cuando días después del sismo del 70 tenía que pasar obligatoriamente por el zanjón para ir a trabajar en la entonces bien escuchada Radio Interamericana que se trasladó hacia Magdalena Nueva. Yo vivía en el 21 de Abril..Un abrazo y reconocimiento por tu preocupación por nuestro puerto querido.
ResponderBorrarComo siempre maravilloso tu relato, felicitaciones amigo cuidense mucho quédense en casa.
ResponderBorrarComo siempre, un escritor de primera... Investigación, trabajo, conmoción, pasión y satisfacción... Luego la desbordante emoción plasmada en éstas hojas... Gracias gringo Clinton, gracias Eduardo por tu narrativa que nos enorgullece y siempre habla de lo que amamos: Chimbote !!!
ResponderBorrarGran Relato, grandes historias narradas por tu persona. Eres un grande Eduardo Quevedo.
ResponderBorrarComo siempre WOW !!! Extraordinario relato Eduuu , felicitaciones pluma de oro ... abrazos muchas bendiciones !!!
ResponderBorrarExcelente relato Eduardo. Felicitaciones por ser perseverante para lograr un objetivo y deleitarnos con tu pluma. Saludos y bendiciones para toda tu familia. Un abrazo a la distancia.
ResponderBorrarQue exelente y tremendo relato señor Eduardo, me agrado mucho la historia, y así hay muchos anécdotas y lindas historias en nuestro añorado Chimbote, en los 70s mi padre fue a trabajar a siderperu, y a inicios de los 80s fue mamá, mis dos hermanas y yo, y por fortuna estudié en este bello colegio el conocido Gomes 89007, y tengo los más memoria les recuerdos en todo al rededor de nuestra escuela y del 21 de abril, así que también. Te Vi muchos recuerdos y anécdotas, gracias señor Eduardo por compartirnos una parte escencial de su vida, Dios lo bendiga
ResponderBorrarMe encantó la historia y recuerdo que cuando veía unos "gringos"... me quedaba embobada..y corriamos detras y delante de ellos rodeandoles y felices ..Jajaja no se tal vez pensamos que eran artistas o algo así..me gustó mucho la historia
ResponderBorrarHola mi querido Eduardo me da mucho gusto saber de ti yo soy Armando el tercer hijo varón de tu querido y recordado vecino RUSSO yo soy el menor de Kike y Rulo y me acuerdo mucho de ti y de tus padres y hermanos yo te conocía mas con el apodo de Chato con el que te llamaban mis hermanos yo siempre veo tus notas que escribes y me da mucho gusto que nos hagas recordar tiempos aquellos de nuestro barrio yo soy una persona al igual que tu que quiero mucho a mi barrio San Isidro yo quisiera al igual que tu escribir todo lo que se y pase de pequeño en mi barrio pero no soy un experto en la materia me siento muy orgulloso y agradecido de tu persona por dedicarte en hacer estas lindas notas sobre nuestro barrio querido de toda la vida y esperar algún día con la voluntad de Dios vernos por Chimbote y no tengo más palabras para agradecerte un saludo ala distancia para ti y tu familia que Dios te bendiga por hacer lo que haces tu amigo y vecino Armando González Pérez y Familia
ResponderBorrarHermosa Historia y si que uno se engancha en cada relato estimado Amigo Eduardo, felicitaciones
ResponderBorrarComo todas tus narraciones,ésta no deja de tener la misma magia. Un abrazo, Eduardo.
ResponderBorrarHola Eduardo personalmente te aseguro mi memoria y borró cassette. Pero leyendo tu relato resalto tu insistencia o perseverancia en no darte por vencido por años y lo lograste! Leí todo con avidez del final muy emocionante respecto del "Gringo Clinton" hubiere sido interesante que lo tengas en tu red como contacto, así lo etiquetadas y el hubiere leído tan hermoso elogio a través de este relato. Muy buena y hermosa narrativa.
ResponderBorrarFelicitaciones!
Recordamos a nuestro profesor de 1970, Mister Clinton. Los alumnos que ese año estuvimos en Cuarto Grado, luego en 1972 fuimos la Primera Promoción egresada de la Ex escuela 3151 (después 89007). Muchas gracias a nuestro promo Eduardo Quevedo Serrano por tan bello relato.
ResponderBorrarLa perseverancia, es la virtud por la cual todas las otras virtudes dan frutos!!! Imagino que debes saber quien lo dijo... felicitaciones amiguito por tan bella historia del Gringo.
ResponderBorrarA pesar de haber sido vecinos y de la misma edad, yo no lo tengo en mi memoria, estaba tratando de recordar algo mientras leí tu relato, pero si tú no lo cuentas, yo ni enterada.
Siempre recibiras mis eligios por tan brillante memoria y le pido a nuestro buen Dios, que siga iluminando tu mente, para que nos alegres cada ves que escribes algo, lo más lindo es que nos hascs volver al pasado maravilloso de cada amigo tuyo,a la distancia siempre deseo felicidad en tu hogar.
Pd.Ojala un dia encuentres al amigo Conejo.
Luego de leer tan bello relato al que ya nos tienes acostumbrados; creo que los comentarios siempre quedarán cortos para reconocer la destreza, sencillez y el primor que expresas en cada nueva presentación; admirable tu firmeza para no ceder en la búsqueda del ya famoso Mister Clinton y bien merecido regalo de Dios; que en el momento justo haya permitido el tan ansiado reencuentro con un ser que dejó huellas de amor y solidaridad en nuestra ciudad golpeada por tan nefasto suceso en mayo del 70.
ResponderBorrarEn mi modesta opinión; tu añorado barrio "San Isidro" te debe un justo reconocimiento por ser el artífice de una expresión de gratitud colectiva que estuvo pendiente por 5 décadas y que lo hayas conseguido, no es más que la clara muestra de tu valor humano; el cual no dudo te brinda satisfacción y un grado único de bienestar; finalmente parte esencial de la vida es ser agradecido, pero no; de manera mecanizada ni como regla de cortesía; sino convertirlo en un sentimiento, en una postura, frente a las circunstancias de la vida.
Felicitaciones por este nuevo regalo hecho arte; éxitos y bendiciones estimado Eduardo Quevedo Serrano;
GRACIAS SINCERAS!! por tu amistad.
Querido amigo Eduardo, me gustó mucha leer tan bonito relato y vivencia .
ResponderBorrarYo recuerdo los buenos momentos de nuestras familias ya que vivía en frente de la casa de tus padres en nuestro 21 de abril .
Gracias por darte tiempo para comentar todo lo del pasado .
Un abrazo muy fuerte desde Barcelona .
Dios y el Universo bendigan a Ti y a toda tu familia
Eduardo, buenas tardes, gracias por el relato, me llevó 50 años atrás para recordar las acciones buenas que tuvimos que vivir, lo triste del terremoto nos fortalece creo, buenas vibras recordado Eduardo, un abrazo.
ResponderBorrarHermoso!! Como siempre Eduardo transportas y emocionas a todos con tus relatos! Dios te bendiga y proteja!
ResponderBorrarOTRO LINDO RELATO QUE TUS LECTORES PODEMOS NUEVAMENTE DISFRUTAR EDUARDO,, ESTE ES ESPECIALMENTE BUENO,, TIENE UNA UNA GRAN HISTORIA,, Y ADEMAS SU TECNICA ES MUY BUENA PUES EL RELATO SE MUEVE CONSTANTEMENTE A TRAVES DEL TIEMPO Y ESO LO HACE MAS INTERESANTE. FELICITACIONES Y MUCHAS GRACIAS PORCOMPARTIRLO
ResponderBorrarEduardo, esta es otra deliciosa historia a la que nos tienes acostumbrado. Eres un cazador exitoso de personajes centrales de tus historias. En nuestras vidas siempre hubo gringos o gringas que nos dejaron alguna huella. Un fuerte abrazo
ResponderBorrarConservar tan noble acción desde su niñez hasta las actualidad, pasando por la adolescencia, luego la familia y las responsabilidades.
ResponderBorrarY aún así darse tiempo para encontrar al bueno de Clinton de una y mil maneras.
Eduardo hombre de buena fé, no da puntada sin hilo y tampoco pierde su norte.
Estás vez no fue la excepción... después de 50 años unas vez más cierra un capítulo llamado GRACIAS!!
De mi parte gracias a Mister Clinton y a Eduardo por el ejemplo a seguir.
Un abrazo de pájaro cocho para todos los que participan de esta interesante lectura!!
Felicidades. Eduardito hermozo relato. Son las 1.00 am. Y estoy leendo y leendo es emocionante recordar lo vivido gracias a ti amiguito que tenemos la oportunidad de volver a vivir lo pasado. Terremoto 31 de mayo 1970 nos dejo marcados para siempre con la perdida de mucha gente chimbotana y destruccion casi total de nuestros hogares.
ResponderBorrarYo en forma personal estaba con mucho dolor en esa fecha por que acavaba de perder a mi madre en un accidente de transito a mediados de abril la familia. Estabamos de luto y luego vino el terremoto. Doble pena y dolor.
Como pasa el tiempo. Me alegra mucho me satisface saber que a los cincuenta años en verdad supistes del Gringo que llego a nuestro barrio San Isidro 1970. Que alegria un profesor un gran ser humano. Y gracias a la benevolencia de sus alumnos que recaudaron fondos para hacer realidad a su profesor. Mister Clinton una vez mas saludos y muchas bendiciones. Igualmente a tu hogar y familia un abrazo grande a la distancia
Que interesante e importante anécdota relatada por usted. Leí otras anteriores y pude reconocer que es hijo del buen señor Quevedo que nos alquilaba bicicletas en la segunda cuadra de la Av Buenos Aires del Barrio El Progreso en nuestro Chimbote. Felicitaciones...
ResponderBorrarGracias Eduardo por contactarme con mis recuerdos, como no recordar el fatídico día 31 de mayo de 1970, tenía 10 años, falta pocos minutos para que se cumplan 54 años, yo me encontraba en el estadio frente al Vivero, te conté mi experiencia, una mano divina me cogio de la mano, para no correr a la puerta de salida, una mujer me agarro de la mano y no me soltó, hasta que paso el terremoto.
ResponderBorrarQuien fue, nunca lo supe, pero le debo la vida.
La historia del Gringo Clinton es espectacular, un gran recuerdo, y lo encontraste, eres lo máximo.
Una oración por todos los Chimbotanos caídos en el fatídico terremoto.