EL AÑO DE LOS TRES DESEOS
Trujillo, mediados de los años '80.
Eduardo y un grupo de estudiantes
de la Facultad de derecho
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Érase una vez en 1981 que los astros se alinearon a mi favor y mi hada madrina me concedió tres deseos. Uno pudo haber sido suficiente. Dos habrían sido una gran noticia. Pero las buenas nuevas llegaron a manos llenas, ¡y fueron tres!
Si se arguyera que alguno de mis tres deseos no fue gran cosa, yo diría que cuando se ha crecido en un vecindario como el mío, y hubo días en que los muchachos del barrio íbamos a la escuela no sólo descalzos si no también con la barriga vacía, entonces estos tres deseos si tuvieron especial significación.
Yo tenía once años de edad cuando en 1972 mi papá cerró su tienda de abarrotes en el barrio San Isidro de Chimbote, Perú y abrió un taller de reparaciones de triciclos y bicicletas en la segunda cuadra de la avenida Buenos Aires. Desde aquel primer día ayudé a mi padre en su taller a la salida de la escuela, los fines de semana y las vacaciones escolares.
Trabajé diariamente hasta 1977. Durante los cuatro años siguientes mi asistencia fue más flexible. Por entonces ya había iniciado una militancia política que por algunos años se convirtió en la pasión de mi vida. Mi padre apoyó mi incursión en la política, me liberó del taller, y sólo me llamó de vuelta durante los días de mayor trabajo.
Cuando en 1978 terminé mis estudios secundarios yo tenía decidido estudiar Derecho y Ciencias Políticas. Por dos años viajé a Lima para postular y no tuve éxito. Estaba demasiado ocupado en la política, y no tomé los exámenes de admisión con seriedad.
En noviembre de 1980 cumplí veinte años de edad y todavía no tenía enamorada. Había tenido chicas pero no aquella enamorada especial que anhelaba con vehemencia; y, cuya ausencia iba dejando una sensación de oquedad en mis días.
Eduardo, 1981
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Entonces llegó 1981: El año de los tres deseos.
Ese año tomé los estudios en serio. Me preparé e ingresé sin dificultad a estudiar Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Trujillo.
Unas semanas más tarde recibí una carta del Seguro Social de Chimbote, donde se me comunicaba que había sido contratado para trabajar en el Hospital de Laderas del Norte con un importante sueldo.
Y unos días después conocí a Adita, mi primera enamorada.
Recuerdo aquel día miércoles de 1981 cuando caminé al taller de mi padre con la carta del Seguro Social en la mano. “En tres días empiezo este nuevo trabajo”, le dije. Habíamos compartido casi diez años en aquel taller, y esa era la despedida. Hablamos largamente, como siempre. Luego me extendió la mano, y mientras estrechaba la mía, me dijo: “Ya estás listo”. Y me marché.
Empecé trabajando en la lavandería del hospital. Once años después, cuando dejé el Instituto Peruano de Seguridad Social, era director departamental de personal en la ciudad de Trujillo con una planilla de dos mil quinientos servidores.
Antiguo Hospital del Seguro Social de
Chimbote, junto a la Panamericana Norte
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Por razones del caos en el sistema universitario, mis estudios en Trujillo empezaron casi dos años después del examen de admisión. Para entonces yo seguía trabajando en Chimbote. Mis inicios en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas los realicé viajando todos los días. Mi trabajo terminaba a la una de la tarde, a esa hora esperaba, a un costado del hospital en la Panamericana norte, por el ómnibus de la empresa El Aguila. Mis clases en Trujillo eran de tres de la tarde a nueve de la noche. Cerca de la medianoche ya estaba de vuelta en Chimbote. Afortunadamente, antes de que termine el año 1983 fui trasladado a trabajar en Trujillo. Es irónico, pero mi mejor rendimiento académico de toda la carrera universitaria se produjo durante aquel primer año de los viajes diarios.
Adita se encontraba con “La Colorada” Gladys aquella noche cuando la conocí. Yo llegué al local del Partido Aprista, y por alguna razón no me dirigí a la oficina de la juventud como diariamente lo hacía. Me encaminé a la secretaría de difusión, aquí encontré a Gladys y a una chica super guapa a quien no conocía. Siempre creí que “La Colorada” pudo haber sido ser mi primera enamorada. Pero no se dio. Estábamos demasiado unidos por las cadenas de la amistad, y no supimos encontrar el eslabón que nos condujera a las cadenas del amor.
Saludé a Gladys primero. Ella debió notar algo en la mirada mía y la de Adita, pues se retiró unos pasos y dejó un espacio por donde se coló un gran amor. “Soy Eduardo”, dije a Adita mientras estrechaba su mano. “Me han dicho que serás el próximo secretario general de la juventud”, respondió ella. En la oficina de difusión había un fuerte olor a papel bulky y tinta para mimeógrafo, pero un olor diferente saturó la oficina en ese instante. Era el aroma del amor. Y acababa de llegar a mi vida.
Pasaron los años. En 1994 viajé a Europa. El Seguro Social y las leyes quedaron atrás. El primer amor se acabó mucho más temprano. Cada uno de los tres deseos de 1981 dejó una huella diferente, pero las cuestiones de amor... ¡Qué duda cabe! Son las que dejaron los mejores recuerdos en mi corazón.
Y colorín colorado este relato se ha acabado.
New Hampshire, USA
Marzo, 2012
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