viernes, febrero 18, 2022

Veinticuatro Largas Horas

 VEINTICUATRO LARGAS HORAS

Eduardo,  febrero  del  2022
Rollinsford, New Hampshire

El viernes 4 de febrero del año en curso fue un extraño día, lleno de desafíos, como obstinado en someterme a prueba. No creo que los retos planteados hayan sido gigantes, sino que a veces nos sentimos más vulnerables que de costumbre, y los problemas parecieran tener un mayor tamaño.

A las ocho de la mañana supe que iba a ser un día duro. A esa hora salí de casa para limpiar la nieve que había empezado a caer hacia el final de la noche, e iba a prolongarse a lo largo del viernes. Mi jefe iba a pasar a recogerme en tres horas para reunirnos con el personal de la empresa, y comenzar la misma tarea en las propiedades de los clientes. De tal suerte que quise avanzar todo lo que podía en mi propia casa. Cogí una de las palanas que dejo al costado de la puerta e intenté una, dos, tres palanadas, y no pasó nada. “¡Mierda!”, exclamé. La lampa se estrellaba contra la superficie blanca y no le hacía ni cosquillas. Y es que en realidad no era nieve, era hielo, duro como el concreto.

Las malas noticias para mí habían empezado en la víspera. El jueves por la tarde perdimos la señal de internet en la casa y, como todos sabemos, algo tan simple como ello es un contratiempo grande en la vida actual. Además, en la escuela donde trabaja Terry las clases del viernes iban a ser virtuales. Ella debía enseñar desde la casa… pero no teníamos internet. Ese jueves la empresa proveedora del servicio nos prometió que temprano al día siguiente enviaría un técnico para ver el problema, pero llegado el viernes la visita fue pospuesta para el sábado en razón de la tormenta.

Ese viernes trabajé con Kevin, un gringo mayor que yo, fuerte como un toro y leal como un soldado. No se necesitó mucho para confirmar el temor que sentí a las ocho de la mañana: romper el hielo con las palanas era bravo, mucho esfuerzo físico y poco resultado. En las horas siguientes dos veces le sugerí a mi jefe que replanteáramos el trabajo: debemos seguir usando los camiones quitanieve en las áreas grandes, pero limitarnos a lo más indispensable en los espacios que requerían lampa. Su respuesta fue: “tenemos que seguir intentando”.

Promoción 1972. Reynaldo aparece en la fila 
intermedia,  detrás  de la reina de la escuela,
y Eduardo  se  encuentra  ubicado a su lado
(una posición antes de él)

El trabajo me inquietaba aquel viernes, pero la verdad es que mi mente estaba más allá de la nieve o el hielo. Pensaba en Reynaldo “Reyna” Cruz Reyes, un amigo de la infancia. En junio del año anterior leí su nombre en una lista de personas fallecidas en Chimbote con covid-19. Así que le pasé un mensaje a Koky, un amigo común, con la esperanza de que se tratase sólo de un homónimo, pasaron los meses y no tuve noticias de él. A inicios del presente mes retomé el tema, e hice la misma pregunta a otro amigo. En la víspera de la tormenta recibí su respuesta: él también había escuchado que Reyna había muerto pero no estaba seguro.

A mitad de mi labor con Kevin decidí usar la palana menos, y dejar la limpieza de algunas áreas para otro día con mejor clima. Siempre trato de hacer un buen trabajo, pero aquel día no era posible. A Kevin le expliqué mi frustración de esta manera: “Llevo cerca de veinte años limpiando nieve en el invierno. Nieve liviana, nieve pesada o mucha nieve y siempre sé qué hacer. Pero hoy es la primera vez que no sé qué hacer”. Y él masculló: “Es que no es nieve, es hielo”.

El fantasma de Reyna me rondó todo el viernes. Los recuerdos se sucedieron uno tras otro en mi mente. Fuimos buenos amigos durante la primaria, y en 1973 iniciamos la secundaria en el colegio San Pedro. Lamentablemente ese año ocurrió algo que nos distanció. Un día a la salida del colegio me hizo una broma de muy mal gusto, yo le reclamé, y resultamos trompeándonos ante un gran número de estudiantes. En los años y décadas siguientes nos evitamos y no pasamos de una venia formal al saludarnos.

Recordé que cuando era niño a menudo iba a verlo a su barrio 12 de Octubre para jugar fútbol en el interior del local comunal, y corríamos tras la pelota con su hermano Cholín, los Zárate, los Peralta, Koky Quiñones, Shanti Zavaleta, Pelé Villanueva, y otros amigos más. Y luego vino 1972, nuestro último año en la primaria, y uno de esos días se acercó a mi carpeta y me dijo: “Eduardo, en quinto grado hay una chica que me gusta, se llama Mérida”. Y entonces empezamos a ir a mirarla a través de las ventanas de su salón, y lo mismo hacíamos por las noches frente a su casa. Y con eso nos contentábamos.


Año 2015. Reencuentro de la Promoción
1972.  Reynaldo y Eduardo aparecen en 
la parte inferior de la foto
El año 2015 viajé al Perú. Una vez en Chimbote encargué a mi amiga Katty Sandoval que organizara un reencuentro con mi promoción de primaria. A los pocos días ella me trajo una buena noticia. Me contó que había visitado a Reyna para invitarlo a la reunión y él le había dado una fotografía que ninguna otra persona tenía: la clase en pleno de 1972. El día del reencuentro Reyna y yo conversamos un montón, y sentimos el cariño de los viejos tiempos otra vez. En cierto momento metió su mano al bolsillo, sacó algo, y me lo dio diciendo: “Eduardo, yo sé que tú no tienes esto. Son unos prendedores que se hicieron con motivo de las Bodas de Oro del colegio San Pedro. Quiero que tú los tengas”.

El viernes 4 de febrero, yo me preguntaba si aquellas últimas palabras de Reyna eran la forma que él había elegido para despedirse de mí para siempre. Entretanto la limpieza de la nieve ya estaba en su tramo final. Habíamos terminado una propiedad cercana a la mía, y a Kevin le dije: “Amigo, ahora vamos a limpiar mi casa, y luego a los dos últimos clientes”. Revisé mi celular para asegurarme que los otros compañeros de trabajo se encontraran bien. Y acto seguido nos dirigimos a mi domicilio. Eran las seis de la tarde y las sombras de la noche ya cubrían a New Hampshire por completo.

Rápidamente limpiamos sólo el acceso principal a mi vivienda. Y estando ya en el camión listos para ir a la penúltima propiedad, le mencioné a Kevin que iba a llamar al cliente para que sepa que estamos en camino. En ese instante me di cuenta que no tenía mi celular conmigo. Lo busqué en el interior de la cabina y nada. Me bajé del camión y miré alrededor del área de mi casa en que habíamos trabajado, y nada. Entonces supe que estaba frente a un problema serio.

A Kevin le dije que no podía seguir laborando y que necesitaba pensar en mi situación. Él se marchó. Y yo me quedé anonadado cavilando en los años y años que me habían tomado compilar la información que tenía en el celular. Pero la preocupación más inmediata fue un cliente que era especial para mí, esa semana él viajó con su familia a Florida por tres meses y me había confiado el cuidado de su casa, y cada día me enviaba instrucciones acerca de su propiedad.

Yo no tenía duda que el celular lo había perdido en mi propia casa mientras limpiaba la nieve. Traté de buscarlo removiendo con mis dedos uno de los montículos de nieve, como separando la paja para encontrar la aguja. Pero a medio camino desistí, la idea era descabellada y en realidad necesitaba descansar.

Lunes  7  de  febrero  del  2022,  foto
tomada cerca de la casa de Eduardo

El sábado amaneció con la promesa de ser un buen día. Las nubes se fueron diluyendo poco a poco. Y el cielo se fue tornando azul. Al mediodía el servicio de internet fue restablecido en mi casa. Pensé en Reyna otra vez. Sabía que los dados ya estaban echados pero la esperanza es lo último que se pierde. Volví a escribir a Koky preguntándole por nuestro común amigo. El lunes siguiente él me confirmó la triste noticia, pero para entonces yo ya estaba en paz conmigo mismo. 

Parte del sábado traté de averiguar si había alguna forma de transferir la información de mi desaparecido celular a otro nuevo. Las respuestas eran negativas. A las siete de la noche Terry me acompañó a comprar un nuevo celular. Un joven amable nos atendió. Explicó que recuperar la información dependía de varios factores, y que muchas veces era imposible. A mitad de la charla nos pidió que cruzáramos los dedos. Finalmente nos miró, y con una gran sonrisa nos dijo que habíamos tenido suerte. Yo sentí que necesitaba una copa de vino.

Veinticuatro horas antes me pareció estar en medio de una pesadilla. Y veinticuatro horas después me sentía como en el final feliz de una película… no perdí ningún dato y mi nuevo celular es mucho mejor que el anterior. ¡De haberlo sabido!


New Hampshire, USA

Febrero, 2022

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