MANUELA Y EL JIRÓN ALMAGRO DE TRUJILLO
Imagen actual de la segunda cuadra del jirón Almagro de Trujillo (Cortesía de Oscar Eusebio Acosta) |
Fue en 1985 cuando me presentaron a Manuela Castellanos. Sucedió en la ciudad de Trujillo. Entonces yo no sabía que acababa de conocer a alguien que con el tiempo iba a devenir en una de mis mejores amigas en esta vida. Una amistad destinada a durar para siempre.
Hacia el final de 1983 me había mudado de Chimbote a la Ciudad de la Eterna Primavera para continuar mis estudios en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Trujillo, los cuales había iniciado ese año viajando de ida y vuelta todos los días. Una segunda razón para la mudanza fue laborar en la sede regional del Instituto Peruano de Seguridad Social, institución para la cual yo venía trabajando desde 1981 en mi puerto natal. Así, un nuevo mundo se abría a mis veintitrés años de edad recién cumplidos.
En cierto modo recorría un camino inverso al de mi padre. Siempre lo escuché decir que si bien es cierto él nació en Celendín (Cajamarca), su verdadera tierra fue Trujillo pues llegó ahí siendo niño, se hizo panadero, se autoeducó leyendo cuanto libro pasó por sus manos, se codeó mayormente con estudiantes universitarios y con ellos nutrió su vena intelectual. Luego conoció a mi madre, se casó, empezó a tener hijos, y resultó en Chimbote en busca de nuevos horizontes. Yo crecí en el barrio San Isidro de mi puerto haciéndole goles a dos piedras como arco, me sentí cómodo tanto con el trabajo manual como con los estudios, admiré a Víctor Raúl Haya de la Torre. Y resulté en Trujillo cargado de sueños grandes.
Adelante de un grupo de abogados aparecen Silvia Rodríguez, Chipy Pilco, y Manuela Castellanos. UNT, Ciudad Universitaria, 1992 |
Manuela ha sido siempre una persona especial en todo el sentido de la palabra. A la alegría innata y despreocupada de una chica que apenas tenía veinte años de edad cuando la conocí, se sumaba una picardía natural que discurría entre la gracia y el aguijón sutil y divertido. Sobre todas las cosas, nunca dejó de ser una amiga incondicional, un ser nacido para prodigar fraternidad y empatía entre quienes tenemos la suerte de sabernos cercanos a ella.
Hermanas Tina & Manuela Castellanos. Trujillo, 1992 |
La naturaleza gregaria y generosa de Manuela le viene de familia. Sus hermanas mayores Verena y Tina compartían la misma índole amigable. La primera era mi compañera de trabajo en el Seguro Social y vivía en su propia casa junto a la de Manuela, Tina y su madre en el mismo callejón. En ambas viviendas las amistades éramos bien recibidas, la tertulia era interminable, el café infaltable, y uno no sentía urgencia por despedirse.
La casa de Manuela era punto de encuentro de dos círculos de amigos de los cuales ella formaba parte. Yo participaba de ambos aunque de uno con mayor cercanía que del otro. El principal para mí era el del comando universitario aprista, en donde forjé amistad con un grupo brillante de jóvenes idealistas que querían transformar al Partido y al país. Y el otro era de estudiantes de la Facultad de Derecho que coincidíamos por razones académicas, o de carácter amical.
Manuela y sus dos menores hijos Mayra & Félix. Trujillo, 1995 |
Durante mis largos años de ausencia del Perú, los días de Manuela han oscilado en un péndulo marcado por el dolor y la felicidad. Tres de sus hermanas mayores se marcharon de este mundo siendo aún relativamente jóvenes. Tina, la matrona del hogar, nos dejó en 1996. La dulce Verena se fue el 2002, y María Elena, la hermana de Talara que nunca dejaba de visitar Trujillo, falleció hace dos años. Mientras tanto, al otro lado del péndulo fueron creciendo los hijos de Manuela haciendo suyos la inteligencia de la madre y prolongando sus mejores virtudes. Félix, el mayor, ya es médico y Mayra, la menor, está a punto de graduarse de abogada. Ambos son el ayer, el hoy, y el mañana de mi amiga. Son su orgullo.
Yo debo haber tenido unos veintiséis años de edad aquel día en que compartía una comida en la casa de Manuela. Ella estaba sentada a mi lado, y hubo un momento en que se inclinó hacia mi costado, y discretamente me dijo: “Eduardo, no se come con los codos sobre la mesa”. Para mí fue santo remedio, nunca más lo hice. Cuando mi hija era aún una niña noté que comía con la misma postura. Así que le conté una historia: “Érase una vez, hace muchos años atrás cuando yo vivía en Trujillo…”, y le referí la anécdota vivida con Manuela.
Eduardo & Manuela, bautizo de Sandra Chumacero Bermeo, Iglesia Santo Domingo, Trujillo, 1990 |
No hace mucho mientras dormía vi la historia que hoy cuento. Soñé con cada parte de este relato. Normalmente me levanto a las cuatro de la mañana para empezar mi día, pero esa madrugada desperté a las cinco y media, como si por un impulso natural hubiera querido mirar la película completa. La he tenido en mi cabeza durante algunas semanas, y antes de que las imágenes empiecen a desvanecerse en la fragilidad ascendente de mi memoria, aquí termino de escribir el guión de esta etapa importante de mi vida y de mi amistad con Manuela.
New Hampshire, USA
Abril, 2021
NOTA:
Si deseas dejar un comentario ten en cuenta lo siguiente: debajo del recuadro para los comentarios aparece una opción que dice “comentar como”. Acá sólo debes seleccionar la opción que dice “nombre” y en este recuadro escribe tu nombre (Deja el recuadro URL en blanco) Si todo esto te parece muy complicado, entonces escribe tu comentario en un e-mail y envíalo a: edquevedo@yahoo.com
Los comentarios van primero al Editor, antes de ser publicados.