sábado, febrero 01, 2014

Kitty se ha Perdido



KITTY SE HA PERDIDO

Eduardo & Kitty, 2014
Cuando a las siete de la noche del día miércoles 29 de diciembre del 2011, mi gato Kitty cruzó despavorido la “gatera” de la puerta que conecta la parte interior de la casa con el patio trasero, no imaginé que aquel instante sería el punto inicial de ocho dramáticos días en la vida de mi familia.

Lo habíamos adoptado el otoño del 2007. Y llegó para remediar una situación: Dorothy, mi única hija, al no tener hermanos venía exigiendo su derecho a contar por lo menos con una mascota.   

Yo nací dentro de una familia que mantuvo sus distancias con los perros, pero que amó a los gatos. Crecí rodeado de una familia grande, y de muchísimos gatos... ¡todos de color negro! Mi padre disfrutaba con fruición de una infundada fama de “brujo”, y él mismo atizaba la hoguera de su reputación criando mininos que sólo tuvieran el oscuro color de las sombras. 

Una docena de gatos negros comían pan sobre el mostrador de nuestra tienda de abarrotes. Las gatas parían sin cesar en las cajas de cartón donde mi madre guardaba la ropa. Y no faltaban algunos que hacían huecos en el suelo de tierra de nuestras habitaciones para hacer sus necesidades. A nosotros no nos importaba mucho, entonces el mundo era demasiado nuevo y la vida un torrente de felicidad.

Mi hija llevaba ya algunos años exigiendo “su” gato. Yo evité su pedido mientras pude. La verdad es que no quería tener en la casa una fuente extra de trabajo, pero llegó el día en que finalmente cedí. Dorothy tenía casi nueve años de edad cuando acudió a la oficina de la S.P.C.A. (Society for the Prevention of Cruelty to Animals) en la vecina ciudad de Stratham, y dijo: “Quiero adoptar un gatito”.

Aquel día la S.P.C.A. tenía un buen número de gatos grandes pero sólo cinco cachorritos. Dorothy no necesitó “estudiar” a cada uno de ellos para hacer su elección. Un minino caminó directamente hacia ella y le robó el corazón. Fue amor a primera vista. Ya de vuelta en casa, cuando nos preguntamos ¿qué nombre le ponemos?, Dorothy dijo: “Será simplemente Kitty (Gatito)”.

Ante la disyuntiva de criarlo como un indoor o outdoor cat, decidimos darle libertad para salir a la calle. Abrí un hueco en la puerta trasera y coloqué una ventanilla o “gatera”. Las puertas aquí tienen una contrapuerta (o puerta antitormenta), así que cada madrugada abro esta segunda puerta y la cierro por las noches, permitiendo a Kitty acceso libre a través de su “gatera”.

Escuela Primaria de Rollinsford, New Hampshire
(Ubicada casi frente a la casa de Eduardo)
Kitty es parte de mi familia. Su naturaleza amistosa nos alegra la vida. Dentro de la casa juega, duerme y espera impaciente por sus comidas. Afuera persigue ardillas y visita a sus amigos. Conoce el momento en que los vecinos regresan de sus trabajos, y la hora de salida de la escuela. Al pasar los estudiantes frente a la casa, Kitty los espera para jugar. 

La noche en que Kitty asustado desapareció a través de su “gatera”, ambos habíamos tenido una desavenencia y yo perdí la calma. Me encontraba cocinando a cuatro hornillas y lavando platos al mismo tiempo, y él insistía por su comida. En mi reloj todavía faltaba media hora para su cena, y entonces ocurrió... yo lancé un grito e hice el ademán de perseguirlo. Kitty salió disparado. Y ya no regresó.

Media hora más tarde llegaron a la casa mi esposa e hija. Kitty no se hizo presente para saludarlas, y tampoco estuvo para su cena. New Hampshire soportaba un invierno helado y se hallaba cubierto de nieve. Sin lugar a dudas, la seguridad de Kitty se encontraba en peligro.

Iniciamos entonces una búsqueda pertinaz que duró siete días y siete noches. Recorrimos parte del pueblo al revés y al derecho; rastreamos bosques, ríos, puentes y acequias; chequeamos patios traseros, esquinas y covachas. Aprovechamos cada minuto posible de luz natural, y por las noches continuamos con linternas de mano. “Kitty, Kitty, Kitty” repetíamos, y la oscuridad silente nos devolvía sólo el eco de nuestro propio llamado.

Soy el único inmigrante latino en Rollinsford, pequeño pueblo donde vivo. Aquí no hay latinoamericanos, o gente de color, o ninguna otra minoría étnica. La población es exclusivamente blanca. No existe la multiculturalidad que la diversidad estimula. Y los lugareños mantienen una cordialidad distante e inexpugnable. Pero cierto es también que uno de sus rasgos inequívocos es el entrañable amor que profesan por sus animales y mascotas.

Durante la búsqueda de Kitty, en árboles y postes colocamos un centenar de afiches invocando a la población por información. Las llamadas telefónicas de solidaridad no se hicieron esperar, y también información bien intencionada pero inexacta. Los estudiantes, a la salida de la escuela se detenían frente a la casa con la ilusión de encontrar buenas noticias. Mientras tanto la contrapuerta de la casa permanecía abierta día y noche esperando el regreso de Kitty.

Una noche recibimos una llamada. Alguien había avistado un gato parecido al nuestro y dejó una dirección. Fuimos al lugar y no encontramos a Kitty, pero vivimos una singular experiencia. Se trataba de una propiedad grande con áreas de cultivo, granero, cobertizos... y había docenas de gatos sin dueño por todas partes. El propietario los alimentaba y daba refugio en esta “Casa de Gatos”. Fue una visión conmovedora que me recordó a los gatos techeros del barrio de mi niñez. 

A las siete de la noche del miércoles 5 de enero del 2012 me encontraba en la misma ubicación de ocho días atrás: lavando platos, y de espalda a la puerta por donde Kitty salió por última vez. Dorothy hacía sus tareas escolares en la sala, y mi esposa aún no llegaba del trabajo. Entre el ruido del chorro de agua y el sonido de la vajilla, súbitamente, se dejó escuchar un largo, agudo y lacerante “miau”. Giré sobre mis talones, y en el centro mismo de la cocina vi a Kitty otra vez. 

Había regresado escuálido, cubierto de magulladuras y hambriento. En la oscuridad de la noche y a través de la nieve pudo encontrar el camino de vuelta, e ingresó a la casa a través de su “gatera”. Nunca supimos dónde se guareció durante su desaparición.

Al día siguiente no fui a trabajar, debía recoger los afiches colocados en cada rincón del pueblo. Mientras avanzaba calle por calle, las personas se detenían para saludarme y participar de la buena nueva. Retiraba algunos afiches cerca de la escuela cuando noté que un auto se acercaba lentamente, el chofer sobreparó frente a mí, bajó su ventanilla y me preguntó si Kitty había aparecido. Yo le dije que sí. 

El auto continuó rodando un poco más, y volvió a sobrepararse cerca de un grupo de estudiantes que jugaban frente a la escuela. El chofer bajó la ventanilla otra vez, y gritó: “Kitty is back!”. 

Los muchachos saltaron en el aire y a coro exclamaron: “Yes!!”

P.D.: Kitty continúa con nosotros, goza de buena salud y envía un cariñoso “miau” para todos los lectores de Confesiones a un Árbol.

New Hampshire, USA
Febrero, 2014

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