TACORITA
Tacorita, 1974. Los tres niños del centro son los hermanos
Alberto, Fernando y Eduardo Quevedo
|
“¡El tren... se viene el tren!”, grita alguien con urgencia. La gente de los talleres de la segunda cuadra de la avenida Buenos Aires de Chimbote corre a remover sus enseres y herramientas dispersas sobre la línea férrea. Y, a ambos lados de los rieles, forman una especie de “callejón oscuro” por donde con las justas debe pasar el tren.
El terremoto de 1970 afectó la infraestructura del ferrocarril Chimbote-Huallanca-Chimbote, y el servicio de pasajeros y carga dejó de funcionar. Varios años después los rieles empezaron a ser desmontados. Una locomotora con vagones a remolque y un cargamento de durmientes pasaba a menudo por la avenida Buenos Aires camino a la estación central del jirón Olaya.
Poco después del terremoto un grupo de mecánicos, artesanos y negociantes en el rubro metálico se habían instalado en la segunda cuadra de la avenida Buenos Aires, entre los jirones Pizarro y Garcilaso. Hacia 1972 los talleres cubrían el lado sureste de esta cuadra, y una tercera parte del lado noroeste. Ambas hileras de talleres se ubicaban a escaso metro y medio de los rieles, y formaban un mercado persa llamado “Tacorita”, o simplemente “La Línea”.
Ese mismo año, mi papá adquirió la transferencia de uno de estos talleres, ubicado cerca de la intersección con el jirón Garcilaso, y se dedicó al rubro de las bicicletas, triciclos, pintura, además a la compraventa de repuestos y diferentes partes metálicas.
Años ‘70. Artesanos de Tacorita posan para el recuerdo
|
Desde el primer día trabajé en este taller a la salida de la escuela, los fines de semana y las vacaciones escolares. Ya anteriormente he contado que laboré aquí diariamente hasta 1977, y que durante los cuatro años siguientes mi papá me llamó de vuelta sólo durante los días de mayor trabajo.
Siempre he creído que aquellos años en el taller tuvieron una importancia decisiva en mi etapa formativa. Mi padre tuvo el don de la palabra y la sabiduría, y yo me nutrí de su sapiencia. Muchas cosas emocionantes me ocurrieron durante este período. Al final, estuve listo para mirar a la vida directamente a los ojos.
Fue la etapa de las primeras enamoradas. El año 1972 había empezado de la mejor manera para mí: Tenía once años de edad y por primera vez estudié con chicas en la escuela... Y algo me dijo que la vida iba a ser un carnaval. Los años en el taller confirmaron este pálpito, fueron tiempos de popularidad entre las jovencitas, y del aprendizaje de las primeras letras del alfabeto del amor.
Los romances se sucedieron uno tras otro. Todos breves y candorosos. Rosa y sus grandes ojos. Sandra y los paseos en bicicleta. Gloria y su carcajada ruidosa. Nelly y el primer beso bien dado. Vicky, quien siendo mucho mayor que yo, mantuvo las cosas en la inocencia. Y Ana, con quien exploramos el abecedario sin llegar a la Zeta.
Y también hubo mucho fútbol.
Frente al taller de mi padre, todos los días jugaba un grupo de peloteros brillantes. En aquel arenal polvoriento se gestó la semilla del Club Honorio Gozzer. Mi padre casaba la apuesta de los partidos que, entre otros, jugaban: Julio “El Tío Yuly” Horna Vásquez, Jorge “Cachita” Nonato, Beto “Babá” Aguilar, Fernando Peralta, Alfonso "El Kayser" Martínez Loyola, José “EL Zorro” Gil Quintana, Samuel Campos, Leandro “Chancaca” Osorio, Celso “Chaqueta” Horna Vásquez, Arturo “Gato” Tarazona Villanueva, Jorge “Palito” Castillo, Oswaldo “Ñico” Silva Solórzano, y Federico “Toto” Hermosa.
Varios de estos muchachos integraron el Honorio Gozzer, campeón de Chimbote en 1976. La séptima cuadra del jirón Garcilaso fue escenario de una celebración que duró varios días. Ahí vivían don Augusto “Cucho” Lozano, entrenador del equipo, y don Ángel “El Chileno” Vargas Letelier, mecenas del club. Este último era dueño de un taller de autopartes, y de un camión llamado “Anvalet” al cual nos trepábamos los domingos para ir al estadio a alentar al “Poder Lila”, como también se conocía al equipo Honorio Gozzer.
Frente al taller de mi padre había una “Cámara de Gas” (Bar de mala muerte donde gente alcohólica consumía tragos fuertes y baratos). Aquí llegaba un señor de cabello blanco, a quien los palomillas del barrio siempre le gritaban “¡Suegro bichi bichi... suegro bichi bichi!”, y el pobre hombre se encolerizaba, insultaba y perseguía a pedradas a los muchachos. Cosa diferente ocurría cuando se acercaba un parroquiano de apellido Castillo. Era alto, delgado, blanco, de cabello cano, e hincha a muerte del equipo Strong Boys. Los mismos palomillas le gritaban “¡Fabuloso... fabuloso Strong Boys!”, y el hombre alzaba la mano y sonreía con un aire de celebridad ante el aplauso de los muchachos.
Chimbote antiguo. Primera cuadra de la avenida Buenos Aires |
Eran épocas que después del mediodía, y por un momento, Tacorita se convertía en un museo de estatuas: El martillo del herrero suspendido en el aire, la chispa eléctrica del soldador apagada, el estaño del arreglador de primus derritiéndose sin ton ni son, y en mi propio taller los aros de bicicleta giraban sin atención. La razón del encantamiento era una bella mujer. Aparecía en la esquina de Pizarro y diagonalmente cruzaba la calle frente a los talleres. Era alta, de largos cabellos, y de líneas hechizantes. Sabíamos que era secretaria, pero no conocimos su nombre. Con buen tino, alguien nos había advertido: “Pueden mirarla, pero no le digan nada. Su marido es un tombo violento”.
Tacorita era una ventana a la realidad de la vida. Ahí conocí a la primera “mujer mala”, como en aquellos tiempos se las llamaba. Respondía al nombre de Rosa Blanca, era joven, alta, delgada y buena mozona. Había establecido su “ruta” en Tacorita, y visitaba cada uno de los talleres en su afán por promocionarse. Me gustaba su presencia porque me hacía sentir parte de las ligas mayores, pero yo era demasiado joven como para ser admitido. Hablando de ligas, también las había más modestas: Los borrachines de la Cámara de gas también tenían su favorita, la llamaban “La Mona” y era una “mujer mala” cuya tarifa estaba al alcance de los menesterosos.
Un día escuchamos el grito: “¡El tren... se viene el tren!”, y todos corrimos a despejar los rieles. En su camino el tren cogió un catre de metal de uno de los talleres vecinos, y éste desencadenó un alud de fierros retorcidos que se agrandó a medida que el tren avanzaba. Desde el interior de nuestro taller, mi papá, mis hermanos y yo, vimos pasar nuestras pertenencias convertidas en un amasijo metálico.
Artesanos de Tacorita en los Años ‘70
|
El ocho de diciembre de 1982, los talleres de Tacorita fueron reubicados en el mercado Bolívar de la calle Jorge Chávez. Un año antes yo había dejado de trabajar para mi padre. Y atrás habían quedado también mi niñez y adolescencia. Cuando la juventud llegó, Tacorita seguía siendo parte de la trama de mi crecimiento, por ese entonces mis amigos más cercanos rebautizaron el taller: Lo llamaron “El Sheraton”.
Mi hermano Fernando y yo nos turnábamos para dormir en el taller. Lo hacíamos para evitar los robos nocturnos y también... por otras ventajas adicionales: Al final de noches de juerga, mis amigos y yo terminábamos durmiendo amontonados en el taller. Incluso, no faltaron quienes me pedían prestada la llave para otros menesteres. En esos tiempos se popularizó la frase: “Eduardo, ¿y cuándo me toca turno en El Sheraton?”.
Para entonces Tacorita tenía sus días contados. La locomotora no pasaba más. El vagón postrero se llevó los últimos rieles y sus durmientes. Finalmente los talleres fueron reubicados a otra parte de Chimbote. Y la mudanza marcó el punto final de mi vínculo con Tacorita.
Post Data: Tacorita es como una película en mi mente. Veo a un adolescente que en los rieles trabaja con un martillo, los cerros pétreos de Chimbote le devuelven el eco de su propio martilleo, y desde un radio a pilas, una locutora de nombre Ernestina, va tatuando al adolescente con la tinta indeleble de canciones como “Es Así como te Quiero” de Los Galos, “El Último Romántico” de Nicola Di Bari, o “Amada Amante” de Roberto Carlos.
New Hampshire, USA
Agosto, 2012
NOTA:
Si deseas dejar un comentario ten en cuenta lo siguiente: debajo del recuadro para los comentarios aparece una opción que dice “comentar como”. Acá sólo debes seleccionar la opción que dice “nombre” y en este recuadro escribe tu nombre (Deja el recuadro URL en blanco) Si todo esto te parece muy complicado, entonces escribe tu comentario en un e-mail y envíalo a: edquevedo@yahoo.com
Los comentarios van primero al Editor, antes de ser publicados.