LA CASITA DE DOROTHY
Un día del año 2005 mi familia y yo tomamos posesión de nuestra nueva casa en el pueblo de Rollinsford, estado de New Hampshire. Ese día, mientras Terry, mi esposa, y Dorothy, mi hija, inspeccionaban el interior, yo examinaba el patio trasero de la propiedad.
Tenía, entonces, un proyecto clavado en la mente. Nunca lo había podido concretar, y ese día me preguntaba si finalmente había llegado la oportunidad.
La nueva casa se ubicaba en un área con densa vegetación. Y a pesar de ser la más pequeñita de todo el pueblo, su patio trasero parecía ser ideal para cristalizar el proyecto largamente acariciado.
La idea rondaba mi mente mucho antes del año 2003, cuando mi familia y yo nos mudamos a los Estados Unidos y vimos, en este país, hermosas construcciones dedicadas a los niños en los parques infantiles.
Incluso, es muy posible que la idea surgiera antes de la década de los noventa en el tiempo que me mudé a Inglaterra, y ahí con mi hija Dorothy camináramos de la mano por bosques de ensueño, con casitas de hadas construidas por manos laboriosas replicando la imaginación infantil.
Y no descarto la posibilidad que la idea germinal se anidó en mi mente durante los años de mi niñez en la ciudad de Chimbote, Perú, cuando visitaba al mágico Vivero Forestal, y mi alma infantil creaba y recreaba historias alrededor de sus cabañas, su fuerte militar, y la “Casita de Tarzán”.
Desde niño mi padre me había hecho un experto en martillos, clavos, madera y serruchos. Pero es sólo el año 2006 cuando me sentí listo para edificar la casita de mis fantasías. La imaginé como el mejor regalo para mi hija Dorothy. Y así, finalmente, empecé a construir la casita de juego más hermosa del pueblo de Rollinsford.
La inicié con la llegada del verano. Trabajé como un poseído durante varios meses, y la terminé para la primavera del año siguiente. Dediqué a este proyecto cada minuto disponible de mis fines de semana. Laboré por las madrugadas antes de ir al trabajo. Y de regreso a casa hasta llegada la noche.
Dibujé planos, tomé medidas, estudié principios básicos de construcción, fuerza de los vientos, resistencia a la lluvia y a la nieve, calidad de materiales para estructuras al aire libre, y pedí herramientas prestadas a medio mundo.
El sábado 29 de julio, con la ayuda de un amigo hice los huecos para los seis postes estructurales del proyecto. Según regulaciones del municipio local, éstos debían tener una profundidad mínima de 1.20 metros considerando “The Frost Line” (profundidad de la corteza terrestre que durante el invierno se endura como un témpano de tierra/hielo).
Determinar la ubicación y altura exacta de la casita fue un poquito complicado. Cerca de la parte posterior de mi casa corre el río Salmón. Es siempre un privilegio poder contemplar un río desde la propia casa, pero yo no puedo disfrutar de este placer porque entre mi vivienda y el río hay una propiedad que bloquea mi vista.
Sin embargo, noté que desde una esquina de mi patio podía observarse el río siempre y cuando la casita tuviera cierta altura. Y así lo hice: La ubiqué en esta esquina, con paredes de 2.5 metros de largo, ¡y una altura de 4.3 metros!
Durante el mes de agosto, por cinco días, desde la ciudad de Concord vino mi sobrino Brennan para ayudarme a construir la parte básica del proyecto, consistente en una estructura de dos pisos con un techo a dos aguas. Luego, en el camino, le añadí piso de baldosas, puertas, ventanas, escaleras, balcón, malla antinsectos, e incluso columpios, un sistema de poleas para subir bultos, y otros entretenimientos adicionales.
Llegado el momento de definir la “propiedad” de la casita, la familia llegó al siguiente acuerdo: El primer piso sería para mí y el segundo piso para Dorothy. En mi parte tengo colgada una hamaca que hice traer de Perú. Disfruto de este lugar durante la primavera, el verano y el otoño. Durante el invierno lo utilizo como cobertizo.
Las partes más cruciales de la estructura están reforzadas con placas metálicas hechas a medida en el Perú por mi hermano Roger quien es un experimentado mecánico tornero. El día que el repartidor de encomiendas trajo mi paquete a la casa, no pudo evitar la curiosidad y me preguntó: “Dígame Mister ¿Qué hay adentro que es tan pesado?”. Yo, jugándole una broma, le dije: “Le puedo asegurar que no es droga de Sudamérica”. Y él repuso de buen talante: “¡Caramba, es una pena, caso contrario usted sería millonario!”.
La Casita de Dorothy es tan alta que fácilmente puede ser vista desde lejos. Las personas caminan con sus hijos por la calle y pasan frente a mi casa. Soy el único inmigrante latino en el pueblo, y no siempre es fácil romper la barrera que nos separa con los lugareños, pero a veces tocan a mi puerta para que sus niños jueguen en la Casita de Dorothy. Mientras los chicos juegan, los adultos me preguntan: “¿Hay algún plano standard para construir una igual?”. Yo les respondo: “Los planos están en mi cabeza y la técnica es Made in Perú”.
Mientras escribo este relato Dorothy juega con una amiga en su casita. Hago una pausa para ofrecerles un refresco. Cruzo la sala, abro la puerta corrediza, atravieso la terraza, recorro el patio y llego al pie de la casita. Aquí hay dos formas de acceder al segundo piso: una escalera convencional y una “telaraña” de sogas para los más intrépidos.
Prefiero la escalera. Al llegar arriba Dorothy y su amiga se ruborizan e interrumpen su conversación. Les ofrezco una limonada. ¿Qué conversaban?... no les pregunto. Alguna vez tuve la misma edad. Y con mi amigo Marco siempre charlábamos sobre el mismo tema: ... las primeras ilusiones sentimentales.
New Hampshire, USA
Mayo, 2012
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