CARMEN ROSA EN CUATRO ACTOS
Corría 1975, tenía yo 14 años de edad y cursaba el tercer año de secundaria en el aula 3º “B” del colegio San Pedro de Chimbote, Perú.
Era entonces un chico muy tímido. Y en aquel año en mi salón de clase, encontré a la chica más bonita del mundo.
¿Su nombre? Carmen Rosa.
¿Y qué se espera que pudiera pasarme?
Bueno, pues, que me enamoré.
Me enamoré con ese amor platónico y lánguido de los adolescentes tiernos. Torpe en el mundo de las carpetas y los cuadernos, pero maravilloso en el mundo de los sueños y las fantasías.
Ella fue amable y atenta conmigo, pero jamás se enteró del porqué yo me turbaba tanto cada vez que la veía.
O ¿Se enteró? Nunca lo supe.
Recuerdo que un día, conteniendo (a las justas) el temblor de mi cuerpo, le dije, “Carmen, esta noche a las ocho, escucha Radio Chimbote, va ha haber algo para ti”.
Al final de clases, ese día, caminé con dirección a la tercera cuadra del jirón Elías Aguirre. Llegué al edificio de Radio Chimbote, y subí las escaleras que conducían a las oficinas de este medio ubicadas en el segundo piso.
No encontré una secretaria, sólo a un locutor que hacía de todo a esa hora, su nombre era Antonio “Chito” Balta Rodríguez. Le dije: “Quiero que esta noche toque dos canciones dedicadas a una amiga”.
El señor Balta me preguntó por el nombre mío y el de mi amiga, y por el título de las dos canciones, y me dijo el precio. Le di lo que me pidió. Escribió los datos en un papelito y lo metió al bolsillo junto con mis monedas.
Esa noche, tendido sobre mi cama, anhelante esperé con un radio a pilas junto a mi cabecera. Escuché nuestros nombres y escuché las canciones.
Historia de Amor, interpretada por Andy Williams, invadió de romance a la noche; y, Nostalgia, en la afligida voz de Dyango, le añadió sentimiento al sentimiento mismo.
Luego me sobresalté. Me di cuenta que después de las canciones iba a sentir vergüenza estar frente a frente con Carmen. No quise ir a la escuela al día siguiente. Era como haber cazado al oso y no saber qué hacer con su piel.
Pero entendí que ausentarme haría las cosas peor. Así que fui a clases. Nada en especial pasó. Evité a Carmen Rosa todo el día, y posiblemente por un par de días más. Cuando finalmente reconocí que me encontraba atrapado en mi propia telaraña, le pregunté si había escuchado las canciones.
Y... no dije nada después que ella respondió que sí.
Un día de las vacaciones escolares del verano de 1976, me encontraba por los alrededores del mercado Modelo, en el centro de Chimbote, buscando unos repuestos que mi papá me había mandado comprar para su taller de bicicletas.
Entre el gentío que se apretujaba en la esquina de los jirones Manuel Ruiz y Leoncio Prado, cerca de la juguería Mechita, súbitamente vi la cara de Carmen Rosa.
La vi por un instante. Tal vez por un segundo. Su cabello castaño claro y la luz de su belleza se hicieron sentir como un rayo de sol en aquel mediodía radiante. Por una fracción de segundo no supe qué hacer. Era la primera vez que veía a Carmen Rosa fuera del colegio. Me miré a las ropas de mecánico que vestía, y sentí que en tales fachas no podía acercarme a tan maravillosa aparición que se alejaba ya del alcance de mi vista.
Reaccioné y decidí seguirla. De los flashes visuales de su cuerpo en movimiento entre el ajetreo de la gente, distinguí que vestía un top naranja y pantalón color pastel. Traté de verla más, pero desapareció. La busqué por los alrededores del mercado. Fue definitivo: Ella desapareció entre la muchedumbre.
La repentina aparición de Carmen Rosa en aquel mediodía radiante, probaría ser decisiva en la trama de mis recuerdos en los años posteriores.
Durante la secundaria siempre la había visto vistiendo su uniforme escolar. Pero en los años que siguieron, cada vez que llegó a mi mente, lo hizo vistiendo aquel top color naranja y aquel pantalón color pastel.
Y su belleza siguió siendo la misma de aquel mediodía radiante del verano de 1976.
Hacia la mitad de los años ochenta yo era una persona un poco diferente. Trabajaba y estudiaba en la ciudad de Trujillo. Era un destacado estudiante de leyes. Y era también un eficiente jefe administrativo en el Seguro Social. Años atrás había incursionado en la política y algunas personas decían que me aguardaba un buen futuro.
Durante este período de mi vida en Trujillo, viajaba a Chimbote los fines de semana para visitar a mis padres. Y así, un buen día, durante una de las visitas, este hecho aconteció.
Salí de mi casa en la avenida Aviación para tomar un colectivo. Uno de esos carros viejos que hacían el servicio de transporte de pasajeros desde la urbanización El Carmen y atravesaban el centro de Chimbote. Caminé hacia el jirón Balta, y frente al mercado 21 de Abril esperé por mi colectivo.
Se acercó uno y lo hice parar. Noté que los dos asientos delanteros estaban ocupados. Y reparé también que uno de los cuatro asientos posteriores estaba libre. Así que abrí la puerta posterior y me acomodé en su interior. Una vez sentado pude ver a los otros pasajeros. Y entre ellos, sentada al otro extremo de mi asiento, volví a ver a Carmen Rosa después de varios años.
Ella y yo mostramos sorpresa al volver a vernos.
Mientras descubría que la belleza de Carmen sólo se había enriquecido con los años, en mi mente yo me repetía: “Muy bien Eduardo. Tú eres un adulto ahora. Tú eres una persona segura ahora”.
La conversación durante los cinco minutos que compartimos el colectivo fue buena. Yo sonreía, hablaba con aplomo, y movía las manos con esa certeza que había aprendido en la política. Carmen conservaba su encanto, los hoyuelos de sus mejillas seguían dándole ese aire agradable que siempre tuvo. Conversó menos que yo, pero sin dejar de ser interesante.
El colectivo avanzó por Balta, volteó hacia la derecha con dirección a la avenida Pardo y mantuvo esa ruta. Una vez en la intersección con el jirón Elías Aguirre, le dije a Carmen que yo bajaba en la Plaza de Armas, ubicada una cuadra más adelante. Lo mismo hice notar al conductor, mientras le alcanzaba la tarifa habitual.
El colectivo se detuvo frente a la Plaza de Armas. Traté de esbozar una sonrisa, y dije a Carmen, “ha sido un placer volver a verte”. Ella, acompañó sus palabras con una leve sonrisa, y respondió, “para mí también”. Abrí la puerta del carro y salí. El conductor reanudó su marcha, y tuve tiempo para darle una última mirada con un signo de despedida.
El auto se llevó a Carmen y desapareció de mi vista.
Una sensación de fastidio se apoderó de mí. Sentí como que había fallado en algo. Primero pensé que, siendo un caballero, debí ofrecer pagar su pasaje. Y mientras forcejeaba con ese primer pensamiento, otro más punzante se coló en mi mente: ¿Por qué no le pregunté si podía llamarla?
Todavía caminaba con esta piedra en el zapato cuando llegué a mi destino, una oficina donde debía realizar unos trámites. Aquí la recepcionista me preguntó, “¿En qué podemos servirlo?”. Y con su pregunta, me devolvió a la tierra.
En julio del año 2010 hice uno de mis acostumbrados viajes al Perú. Estando en Chimbote, un buen día me dediqué a limpiar la sala-comedor de mi casa. Mi madre me había dicho: “Haz una limpieza general y no dejes nada detrás de los muebles”.
Tratando de cumplir sus órdenes, necesité mover la pesada vitrina donde se guarda la vajilla. Moví el costado izquierdo un paso adelante. Luego el costado derecho un paso adelante. En seguida el costado izquierdo otro paso adelante, y entonces, en el espaldar de la vieja vitrina vi algo... que me hincó el corazón.
Encontré un dibujo hecho a lápiz. Era un corazón con la flecha de Cupido, y los nombres de Eduardo y Carmen Rosa. Y había una fecha: 11/01/1976...
Entonces recordé el día en que lo dibujé: Fue a mi regreso del mercado Modelo de Chimbote, después de ver a Carmen Rosa... cuando su cabello castaño claro y la luz de su belleza parecieron un rayo de sol en aquel mediodía radiante del verano de 1976.
Eduardo, 1975 |
New Hampshire, USA
Abril, 2012
NOTA:
Si deseas dejar un comentario ten en cuenta lo siguiente: debajo del recuadro para los comentarios aparece una opción que dice “comentar como”. Acá sólo debes seleccionar la opción que dice “nombre” y en este recuadro escribe tu nombre (Deja el recuadro URL en blanco) Si todo esto te parece muy complicado, entonces escribe tu comentario en un e-mail y envíalo a: edquevedo@yahoo.com
Los comentarios van primero al Editor, antes de ser publicados.