sábado, septiembre 05, 2015

El "Loco" Catita de Chimbote

EL "LOCO" CATITA DE CHIMBOTE

Natalia Romero y su esposo Fernando Na-
varrete, junto a “Catita”. Año 1980 (FOTO: 
Cortesía de la familia Romero Bernuy)
“¿Cuánto te has sacado en tu paso?”. O, para ser más exacto: “¿Cuato te a tacao tu pato?” me preguntó “Catita” aquel mediodía de 1971. Los alumnos de la Escuela Primaria Nº 3151 de San Isidro habíamos salido a nuestras casas para almorzar y luego regresar a la segunda parte del doble turno de aquellos tiempos. Y ahí estaba él, parado en la esquina de la avenida Aviación y la calle Huáscar, con su saco de cuadernos en la mano y repitiendo la misma pregunta a cada estudiante. Fue la primera vez que me habló, aunque yo ya lo conocía porque él, para entonces, era un personaje ampliamente popular en los barrios del puerto de Chimbote.

Inés Romero Bernuy tenía catorce años de edad cuando el 19 de marzo de 1963 arribó a la estación general de trenes del jirón Olaya de Chimbote. Llegó con toda su familia. Sus padres habían decidido mudarse desde Sihuas a este puerto para que sus siete hijos pudieran realizar sus estudios secundarios. Cargaron sus bultos y se dirigieron a la casa nueva, ubicada a cuadra y media del terminal del tren: la novena cuadra del jirón Pizarro. Con ellos vino también “La Muruquita”, una buena mujer que vivió con la familia desde que tuvo doce años de edad.

Doña  América Ramírez Mattos,  mamá de 
“Catita”, en su casa del barrio La Victoria 
de Chimbote.  Año 2015
El 26 de septiembre de 1950, en una humilde vivienda que hoy corresponde al lote A 17 de la calle San Martín en el barrio 12 de Octubre, doña América Ramírez Mattos dio a luz a un bebé varón, sería el primero de un total de ocho varones y cinco mujeres que con el tiempo llegaría a tener en sus dos compromisos. El bebé primogénito recibió el nombre y apellido de su padre, don Federico Castro. Su nombre completo fue Federico Juan Castro Ramírez, pero en las calles de Chimbote todo el mundo lo llegaría a conocer, simplemente, como “El Loco Catita”.

Con anterioridad a aquel mediodía de 1971 había visto a “Catita” por distintas partes de Chimbote, pero en forma especial y más seguido lo veía en la novena cuadra de Pizarro. Mi padre tenía un depósito de gaseosas y cerveza, y con mis hermanos mayores manejábamos un triciclo para surtir los negocios de los barrios vecinos. Era así que llegábamos con regularidad a esta cuadra de Pizarro para atender los pedidos de la tienda de los Mujica Chávez, la cual quedaba junto a un taller de planchado de autos que, a su vez, también era sede del conjunto rítmico Los Beltons de don Ángel Laguna Ruiz; “Catita" frecuentaba ambos lugares, con su saco de cuadernos en la mano y llevando con el pie el ritmo de la música de los “chancalatas”. 

Poco después de su arribo a Chimbote, Inés empezó la secundaria en el colegio Inmaculada de La Merced ubicado, en ese tiempo, en la primera cuadra del jirón Alfonso Ugarte. Y un buen día de 1963 “Catita” irrumpió en la formación escolar. Algunas alumnas corrieron de miedo pero Inés no se asustó, pues ambos ya eran amigos. Se habían conocido en la novena cuadra de Pizarro. Entonces, “Catita” tenía trece años de edad y con la familia de Inés había iniciado una amistad que con el paso del tiempo devendría entrañable.

Calle San Martín del barrio 12 de Octubre 
de   Chimbote.   “Catita”   nació   en   una 
vivienda  que hoy corresponde a  la  casa 
color celeste.  Foto: 2015
“Catita” fue un bebé sano cuando nació, pero al año se enfermó con meningitis, mal que le generó un retraso mental que marcaría su vida para siempre. Creció y se hizo adulto, aunque en realidad nunca dejó de ser un niño. No hizo estudios primarios y a los diez años dejó su casa y salió de vagabundo por las calles de Chimbote. Poco tiempo después se estableció en la novena cuadra de Pizarro, sin embargo este hecho no alteró su índole de caminante pertinaz. Los rigores del clima nunca amilanaron el paso ligero de sus pies descalzos y encallecidos.

Como suele suceder en muchos pueblos, Chimbote ha tenido diversos “locos”, pero “Catita” fue mi favorito. Siempre me fascinó su vida. Incluso, en la secundaria escribí una breve composición sobre él con motivo de una tarea escolar. Lo recuerdo alto, moreno, de barriga y trasero prominentes. Un niño grande con lenguaje limitado a frases cortas, pero amigable y profundamente interesado en libros y cuadernos. Se apostaba a la entrada de las escuelas y a los estudiantes les pedía un cuaderno, o les preguntaba por sus exámenes. Fue el "loco" más bueno que he conocido en mi vida, inocente en el buen sentido de la palabra, y tierno como el pan recién salido del horno.

Alfonso  Romero Bernuy  ayudando  a 
“Catita”  a bañarse.  Año 1983  (FOTO: 
Cortesía de la familia Romero Bernuy)
La novena cuadra de Pizarro fue su casa, pero la vivienda de Inés fue su hogar. En esta casa diariamente recibía comida y atenciones. Realizaba su aseo personal e, incluso, la familia le rasuraba y cortaba el cabello. También dormía aquí, aunque a veces lo hacía en la vereda del otro lado, frente a la casa de doña Blanca Ascoy de Martínez, siempre sobre cartones, pues nunca aceptó colchones. La familia de Inés vio por su salud cuando se enfermaba. Debido a su vida de vagabundo en ocasiones regresaba a casa con heridas y una vez lo hizo con el brazo roto, los vecinos propiciaron una colecta y reunieron el dinero para su curación en el hospital La Caleta. Un día de 1972, doña América, su mamá, quiso llevarlo de la novena cuadra de Pizarro a su casa del barrio La Victoria, pero “Catita” rehusó la propuesta materna.

“La Muruquita” es un personaje importante en esta historia. Su nombre fue Humberta. Vivió con los Romero Bernuy desde niña hasta el final de su existencia, ayudaba en los quehaceres domésticos y la crianza de los hijos y nietos. En cierto punto de su vida fue bautizada y adoptó los apellidos de don Abraham Romero Cadenillas, padre de Inés. Interesante es saber que “La Muruquita” fue sordomuda, y en sus horas de complicidad con Inés crearon su propio lenguaje de señas para comunicarse. Así, “La Muruquita”, Inés y su nuevo “lenguaje" facilitaron no sólo la comunicación con “Catita”, sino también la gran amistad que se estableció con toda la familia.

Cuando “Catita” era un niño, en su barrio inicialmente lo llamaron “Castrito”, en alusión a que llevaba el nombre y apellido de su padre, don Federico Castro. No faltaron vecinos que para provocar una respuesta le preguntaban, “¿cómo te llamas?”. Y el buen Federico junior tratando de decir “Castrito, en su media lengua respondía “Catita”. De esta manera nació el sobrenombre de “Loco Catita” con el que se le conoció en todo Chimbote.

Cementerio Divino Maestro de Chimbote. 
“Catita”  descansa en paz en el Pabellón 
Santa Lucía A-13. Foto: 2015
“Catita” fue un niño grande hasta el final sus días, dedicó su vida a coleccionar cuadernos, llegando a tener unos cuarenta sacos repletos de éstos a los que arrancaba las hojas escritas y conservaba las blancas. Los almacenaba al fondo del corral de la familia de Inés. Aparte de la obsesión por los cuadernos, hay un lado poco conocido en la vida de “Catita”: en casa de Inés ayudaba con puntualidad haciendo mandados, como la compra de panca y alfalfa para los cuyes. Lavaba su plato y ordenaba los cartones donde dormía. Se ofrecía a cargar bultos del mercado. Y de aquí llevaba comida para “Rinti” y “Tina”, dos perros que había en la casa, los cuales le amaron mucho. “Eto pa’ la pela” (“Ésto es para los perros”), decía siempre. Fue conocedor del buen café y lo disfrutaba diariamente. Como por lo general no reía, usaba este detalle para “canjear” carcajadas por café. 

Novena cuadra del jirón Pizarro de 
Chimbote. Foto: 2015
Un día de 1996 los Rodríguez Montes, parientes y vecinos de Inés, tuvieron la necesidad de construir su casa y este proyecto incluía el área donde “Catita” almacenaba sus cuadernos, razón por la cual fueron removidos del lugar. Lamentablemente, “Catita” se resintió y distanció de la casa de Inés y de la novena cuadra de Pizarro… aunque volvía siempre para disfrutar de un buen café. Tres años más tarde falleció. Dejó este mundo el 28 de marzo de 1999 atropellado por un taxi “Tico” en la avenida Pardo de Chimbote.

Estuve en Perú hace unas semanas, y aproveché mi estadía en Chimbote para ir al cementerio Divino Maestro a dejar un cuaderno para “Catita”. Al antiguo caminante descalzo lo encontré descansando en el pabellón Santa Lucía A 13. Me dio mucha alegría volver a estar cerca de él. Pude conversarle y rezar una oración. Sentí que la inscripción de su lápida era perfecta: “Yo no he muerto, sólo estoy dormido, moriré el día que dejen de venir a verme”.

Al finalizar estos apuntes, dejo aquí una inquietud: ¿Sería posible que las autoridades de Chimbote declaren la fecha del nacimiento o fallecimiento de “Catita” como “El Día del Cuaderno”? Y, tal vez, alguna institución tutelar podría recolectar cuadernos ese día para destinarlos a algún pueblo joven o escuela que los necesite. Más que el valor material de la iniciativa preservaríamos el valor moral de aquel "loco" nuestro: estudiante eterno que en la puerta de las escuelas nos pedía un cuaderno, o nos preguntaba “¿Cuato te a tacao tu pato?”.

AGRADECIMIENTO ESPECIAL a la familia Romero Bernuy y a Katty Sandoval Ríos por su invaluable ayuda para poder escribir esta historia.

New Hampshire, USA 
Septiembre, 2015

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