sábado, junio 16, 2012

Una Cámara de Medio Peso


UNA CÁMARA DE MEDIO PESO
Una Cámara de Medio Peso es una historia (... también de medio peso) que se inicia con una travesura de muchachos. Una picardía que lejos de terminar mal, resultó providencial para documentar un pedazo de la historia de mi familia. 
Ocurrió en 1969. Entonces mi hermano Coco tenía 14 años de edad y yo ocho. Él era el mayor de los ocho hermanos y fue el héroe de mi niñez. Y un mediodía de aquel año me hizo subir a la caña de su bicicleta y pedaleó con dirección al centro de Chimbote. 
¿A dónde íbamos? En ese momento yo aun no lo sabía. 
En diferentes oportunidades he contado que nací y crecí en el barrio San Isidro. En aquel tiempo un lugarcito humilde de Chimbote al cual Santa Claus y el Conejito de Pascua nunca visitaron, y en donde la mayoría de los niños de mi tiempo crecimos sin juguetes ni propinas.
Por tal razón, aquel mediodía de 1969 camino al centro de la ciudad, cuando mi hermano me reveló que tenía un dinero “grande” para algo “grande”, yo no pude salir de mi asombro. “No te preocupes. Lo importante es que mi papá no se entere”, dijo Coco para tranquilizarme, y siguió pedaleando la bicicleta.
Llegamos a la intersección de la avenida Pardo con el jirón Manuel Ruiz. Nos detuvimos en la esquina de la antigua tienda “La Mercantil”. Aquí mi hermano me pidió que me quedara cuidando la bicicleta, mientras él cruzó la berma central de la avenida e ingresó a la tienda “El Sótano”. Luego salió con un paquetito en sus manos.
“¿Qué es eso?”, le pregunté. “Una cámara fotográfica Kodak”, respondió. “¿Y cuánto te ha costado?”, inquirí. “Ciento treinta soles”, contestó. “¡Mi papá nos va matar!”, le dije asustado. Le consulté de dónde había sacado tanto dinero. Él explicó que poco a poco lo había ido “ahorrando” del cajón donde mi papá guardaba el dinero de su tienda...
La presencia de la cámara trajo momentos de alegría y emoción a mi familia. Todos supimos de su existencia, menos mi papá. Coco tenía un lugar secreto donde la guardaba: la ponía en el interior de varias bolsas de plástico y la escondía entre las esteras del techo de nuestro dormitorio.
En mi casa nunca se tomaron fotos antes de 1969. Las primeras tomas fueron gracias a la cámara de medio peso. Sólo funcionó un año, pero nos dejó medio centenar de fotografías que documentan nuestras vidas. La travesura de Coco perennizó la juventud y belleza de mis padres, y capturó la inocencia de los ocho hermanos.

Hay imágenes que nos muestran con la mamá Carolina, la única de nuestros cuatro abuelos que llegamos a conocer. La madre de mi mamá llegaba de Trujillo a visitarnos y nos llenaba de cariño. Hasta que un día se despidió para siempre, y fuimos niños cuando aprendimos que a pesar de tanto amor, hay partidas que no podemos evitar. 
Algunas fotografías muestran a Olga, mi hermana menor. Ella nació la Navidad de 1965 con una enfermedad y no caminó hasta los cinco años de edad. En las primeras fotos aparece con su armadura de yeso, y en las siguientes con una barra de metal que separaba sus pies. Cuando caminó por primera vez lo hizo en la vereda de la calle, ante la vista de familiares y vecinos. Dio sus primeros pasos tarareando “La Plañidera”, una canción de moda del cantautor Raúl Vásquez.
Mil novecientos sesenta y nueve es el año en que conocimos a los primeros familiares de mi padre, sus sobrinos Lázaro y Franciles. Y también es el año en que sus hermanas María y Sofía nos visitaron por primera vez. Ellas llegaron de Lima sin anunciarse y mi casa se llenó de alegría. Coco sacó la cámara de su escondrijo y tomó fotos de mi papá con todos sus familiares. Tan contento estuvo mi padre que ni se le ocurrió preguntar por el origen de la cámara. 
Otras fotos capturan el jirón Unión. La calle de mi niñez donde jugué fútbol cada vez que mi papá se descuidó. Aquí, el vecino Pedro Pizcoche tenía uno de los pocos televisores del barrio, y el 20 de julio de 1969 previo pago de medio sol pude ver a Neil Armstrong, comandante del Apolo 11, pisar por primera vez la superficie lunar, y pronunciar la frase: "Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.
La mayoría de las fotos de 1969 fueron tomadas en el corral de mi casa. Pueden verse los ladrillos que el vecino Ricardo Pinedo Machay fabricaba por encargo de mi padre para una panadería grande que venía construyéndose en nuestra propiedad. Entonces nadie sabía que unos meses después el terremoto de 1970 destruiría toda la obra humana en Chimbote y la región Ancash.
Era 1969 y Chimbote se acercaba al centro de una tormenta perfecta: La destrucción y recuperación del terremoto, los triunfos del José Gálvez FBC, y la música de la orquesta Los Rumbaney que entendía el alma de los chimbotanos. Una trilogía que se adentra a las entrañas de nuestra identidad porteña.
¿Cuál es mi fotografía favorita de este relato? Es la escena inicial: 
Coco maneja la bicicleta. Yo voy en la caña. Nos dirigimos a la tienda “El Sótano”. Avanzamos por la avenida Gálvez. Palmeras se elevan en la berma central. No hay microbuses ni combis en la pista, sólo colectivos y pájaros cochos. En una esquina del mercado Modelo el “Loco” Ciriaco Moncada con certera lucidez predica su verdad. En la otra esquina, el chuncho Orlando Ávalos Pacha ofrece sebo de culebra, curas para el amor, remedios para la mala suerte, y lee el destino en la palma de la mano.
Si aquel mediodía soleado de 1969, el mismísimo chuncho Ávalos me hubiera dicho que algún día yo estaría escribiendo sobre una cámara de medio peso, no se lo hubiera creído. 
Pero acá estoy, 43 años después, poniéndole punto final al relato. 
New Hampshire, USA
Junio, 2012 
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