sábado, abril 28, 2012

Carmen Rosa en Cuatro Actos


CARMEN ROSA EN CUATRO ACTOS
Corría 1975, tenía yo 14 años de edad y cursaba el tercer año de secundaria en el aula 3º “B” del colegio San Pedro de Chimbote, Perú.
Era entonces un chico muy tímido. Y en aquel año en mi salón de clase, encontré a la chica más bonita del mundo.

¿Su nombre? Carmen Rosa.
¿Y qué se espera que pudiera pasarme?
Bueno, pues, que me enamoré. 
Me enamoré con ese amor platónico y lánguido de los adolescentes tiernos. Torpe en el mundo de las carpetas y los cuadernos, pero maravilloso en el mundo de los sueños y las fantasías.

Ella fue amable y atenta conmigo, pero jamás se enteró del porqué yo me turbaba tanto cada vez que la veía.
O ¿Se enteró? Nunca lo supe.
Recuerdo que un día, conteniendo (a las justas) el temblor de mi cuerpo, le dije, “Carmen, esta noche a las ocho, escucha Radio Chimbote, va ha haber algo para ti”.
Al final de clases, ese día, caminé con dirección a la tercera cuadra del jirón Elías Aguirre. Llegué al edificio de Radio Chimbote, y subí las escaleras que conducían a las oficinas de este medio ubicadas en el segundo piso. 
No encontré una secretaria, sólo a un locutor que hacía de todo a esa hora, su nombre era Antonio “Chito” Balta Rodríguez. Le dije: “Quiero que esta noche toque dos canciones dedicadas a una amiga”.
El señor Balta me preguntó por el nombre mío y el de mi amiga, y por el título de las dos canciones, y me dijo el precio. Le di lo que me pidió. Escribió los datos en un papelito y lo metió al bolsillo junto con mis monedas.
Esa noche, tendido sobre mi cama, anhelante esperé con un radio a pilas junto a mi cabecera. Escuché nuestros nombres y escuché las canciones. 
Historia de Amor, interpretada por Andy Williams, invadió de romance a la noche; y, Nostalgia, en la afligida voz de Dyango, le añadió sentimiento al sentimiento mismo. 
Luego me sobresalté. Me di cuenta que después de las canciones iba a sentir vergüenza estar frente a frente con Carmen. No quise ir a la escuela al día siguiente. Era como haber cazado al oso y no saber qué hacer con su piel. 
Pero entendí que ausentarme haría las cosas peor. Así que fui a clases. Nada en especial pasó. Evité a Carmen Rosa todo el día, y posiblemente por un par de días más. Cuando finalmente reconocí que me encontraba atrapado en mi propia telaraña, le pregunté si había escuchado las canciones. 
Y... no dije nada después que ella respondió que sí.



Un día de las vacaciones escolares del verano de 1976, me encontraba por los alrededores del mercado Modelo, en el centro de Chimbote, buscando unos repuestos que mi papá me había mandado comprar para su taller de bicicletas.
Entre el gentío que se apretujaba en la esquina de los jirones Manuel Ruiz y Leoncio Prado, cerca de la juguería Mechita, súbitamente vi la cara de Carmen Rosa.
La vi por un instante. Tal vez por un segundo. Su cabello castaño claro y la luz de su belleza se hicieron sentir como un rayo de sol en aquel mediodía radiante. Por una fracción de segundo no supe qué hacer. Era la primera vez que veía a Carmen Rosa fuera del colegio. Me miré a las ropas de mecánico que vestía, y sentí que en tales fachas no podía acercarme a tan maravillosa aparición que se alejaba ya del alcance de mi vista.
Reaccioné y decidí seguirla. De los flashes visuales de su cuerpo en movimiento entre el ajetreo de la gente, distinguí que vestía un top naranja y pantalón color pastel. Traté de verla más, pero desapareció. La busqué por los alrededores del mercado. Fue definitivo: Ella desapareció entre la muchedumbre.
La repentina aparición de Carmen Rosa en aquel mediodía radiante, probaría ser decisiva en la trama de mis recuerdos en los años posteriores. 
Durante la secundaria siempre la había visto vistiendo su uniforme escolar. Pero en los años que siguieron, cada vez que llegó a mi mente, lo hizo vistiendo aquel top color naranja y aquel pantalón color pastel. 
Y su belleza siguió siendo la misma de aquel mediodía radiante del verano de 1976.  


Hacia la mitad de los años ochenta yo era una persona un poco diferente. Trabajaba y estudiaba en la ciudad de Trujillo. Era un destacado estudiante de leyes. Y era también un eficiente jefe administrativo en el Seguro Social.  Años atrás había incursionado en la política y algunas personas decían que me aguardaba un buen futuro.
Durante este período de mi vida en Trujillo, viajaba a Chimbote los fines de semana para visitar a mis padres. Y así, un buen día, durante una de las visitas, este hecho aconteció. 
Salí de mi casa en la avenida Aviación para tomar un colectivo. Uno de esos carros viejos que hacían el servicio de transporte de pasajeros desde la urbanización El Carmen y atravesaban el centro de Chimbote. Caminé hacia el jirón Balta, y frente al mercado 21 de Abril esperé por mi colectivo.
Se acercó uno y lo hice parar. Noté que los dos asientos delanteros estaban ocupados. Y reparé también que uno de los cuatro asientos posteriores estaba libre. Así que abrí la puerta posterior y me acomodé en su interior. Una vez sentado pude ver a los otros pasajeros. Y entre ellos, sentada al otro extremo de mi asiento, volví a ver a Carmen Rosa después de varios años.
Ella y yo mostramos sorpresa al volver a vernos.
Mientras descubría que la belleza de Carmen sólo se había enriquecido con los años, en mi mente yo me repetía: “Muy bien Eduardo. Tú eres un adulto ahora. Tú eres una persona segura ahora”.
La conversación durante los cinco minutos que compartimos el colectivo fue buena. Yo sonreía, hablaba con aplomo, y movía las manos con esa certeza que había aprendido en la política. Carmen conservaba su encanto, los hoyuelos de sus mejillas seguían dándole ese aire agradable que siempre tuvo. Conversó menos que yo, pero sin dejar de ser interesante.
El colectivo avanzó por Balta, volteó hacia la derecha con dirección a la avenida Pardo y mantuvo esa ruta. Una vez en la intersección con el jirón Elías Aguirre, le dije a Carmen que yo bajaba en la Plaza de Armas, ubicada una cuadra más adelante. Lo mismo hice notar al conductor, mientras le alcanzaba la tarifa habitual. 
El colectivo se detuvo frente a la Plaza de Armas. Traté de esbozar una sonrisa, y dije a Carmen, “ha sido un placer volver a verte”. Ella, acompañó sus palabras con una leve sonrisa, y respondió, “para mí también”. Abrí la puerta del carro y salí. El conductor reanudó su marcha, y tuve tiempo para darle una última mirada con un signo de despedida. 
El auto se llevó a Carmen y desapareció de mi vista. 
Una sensación de fastidio se apoderó de mí. Sentí como que había fallado en algo. Primero pensé que, siendo un caballero, debí ofrecer pagar su pasaje. Y mientras forcejeaba con ese primer pensamiento, otro más punzante se coló en mi mente: ¿Por qué no le pregunté si podía llamarla?
Todavía caminaba con esta piedra en el zapato cuando llegué a mi destino, una oficina donde debía realizar unos trámites. Aquí la recepcionista me preguntó, “¿En qué podemos servirlo?”. Y con su pregunta, me devolvió a la tierra.



En julio del año 2010 hice uno de mis acostumbrados viajes al Perú. Estando en Chimbote, un buen día me dediqué a limpiar la sala-comedor de mi casa. Mi madre me había dicho: “Haz una limpieza general y no dejes nada detrás de los muebles”.
Tratando de cumplir sus órdenes, necesité mover la pesada vitrina donde se guarda la vajilla. Moví el costado izquierdo un paso adelante. Luego el costado derecho un paso adelante. En seguida el costado izquierdo otro paso adelante, y entonces, en el espaldar de la vieja vitrina vi algo... que me hincó el corazón.
Encontré un dibujo hecho a lápiz. Era un corazón con la flecha de Cupido, y los nombres de Eduardo y Carmen Rosa. Y había una fecha: 11/01/1976...
Entonces recordé el día en que lo dibujé: Fue a mi regreso del mercado Modelo de Chimbote, después de ver a Carmen Rosa... cuando su cabello castaño claro y la luz de su belleza parecieron un rayo de sol en aquel mediodía radiante del verano de 1976.


Eduardo, 1975
New Hampshire, USA
Abril, 2012
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sábado, abril 07, 2012

Pablo Silva Villacorta y Yo


PABLO SILVA VILLACORTA Y YO
Pablo Silva Villacorta
07/07/1918 - 14/02/1979
El Día de San Valentín de 1979 no fue una fecha feliz para mí. Ese día, en Chimbote, murió en mis brazos don Pablo Silva Villacorta de un ataque al corazón a los 60 años de edad.
A eso de las diez de la noche él, Hilda Martino y yo habíamos dejado el local central del Partido Aprista, y nos dirigíamos al cine Bahía para ver la función de noche. Una vez llegados a la intersección de las calles Bolognesi y Carlos de los Heros (donde se ubicaba el cine) apareció el militante aprista Oscar Torres Soto, e inició una discusión con don Pablo.
En el calor de la discusión, le sobrevino el ataque cardíaco. Oscar Torres se retiró. Hilda Martino y yo lo llevamos inmediatamente a la clínica San Carlos, pero los doctores confirmaron que don Pablo había llegado sin vida.
Lo había conocido en 1977. Una y otra vez lo vi en el local aprista. Tenía estatura y peso mediano, una testa grande y unos ojos inmensos. Usualmente vestía terno azul oscuro, camisa clara y corbata con detalles en rojo. Era de buenas maneras y fácil hablar. Y mantenía una distancia con el grupo de dirigentes a cargo del Partido en Chimbote.
Yo tenía dieciséis años de edad y había empezado a frecuentar la Casa del Pueblo. Sólo un puñado de personas llegaba al local por esos días. Al año siguiente se convocó a elecciones para la Asamblea Constituyente y el local del Partido se llenó de gente y actividad.
Víctor Raúl Haya de la Torre (a la izquierda), Pablo Silva 
Villacorta (al centro) y otros dirigentes de Chimbote
Don Pablo tenía escrito un libro sobre doctrina aprista. Lo leí a principios de 1978. Recuerdo que en mi casa tipeaba extractos de su libro y los publicaba en el periódico mural del Partido. Era periodista, jefe de relaciones públicas de la Cámara de Comercio, presidente del Centro Federado de Periodistas de Chimbote, y conducía también el noticiero radial “La Voz de Chimbote”.
Ese mismo año fui elegido subsecretario general departamental de la juventud aprista. Al poco tiempo renunció el secretario general y yo quedé a cargo de la juventud. Entonces empecé a invitarlo para que dictara charlas a los jóvenes apristas y así nos hicimos amigos.
Una de esas noches, concluida la charla salíamos juntos con dirección a la puerta principal. A medio camino me cogió del brazo, me detuvo, y me miró a los ojos. Vi sus ojos aún más inmensos a través de sus gruesos lentes. Y entonces me dijo: “¿Sabes?, yo tengo un plan para el Partido”. Y yo, con la insolencia de mis diecisiete años, le respondí: “¡Qué bueno, porque yo también tengo uno!”
Conversamos casi toda la noche y compartimos una visión para el Partido: afirmar una línea progresista, cambiar a la vieja dirigencia en el poder, y devolver el Partido a sus bases. Al filo de la madrugada sellamos nuestro pacto con un apretón de manos.
Eduardo: 1979
Al poco tiempo devine en su secretario personal. Y uno de esos días, al salir de una tienda ubicada en la sexta cuadra del jirón Leoncio Prado, me dijo: “Necesito una nueva voz para mi programa radial”. Yo le respondí: “Ya la tiene...”. Me miró con desconfianza, y me pidió que leyera en voz alta uno de los documentos que tenía en la mano. Ante la vista de los transeúntes del mercado Modelo, lo leí. Don Pablo me puso la mano en el hombro, y me dijo: “Empiezas esta noche”.
En el día nos reuníamos en la Cámara de Comercio y por las noches en su casa de la urbanización El Trapecio. Aquí conocí a sus tres pequeños hijos: Pablo, Víctor y Jorge de 9, 8 y 6 años respectivamente. Don Pablo era viudo, y sus hijos eran cuidados por las hermanas Gonzáles que vivían en la casa contigua.  
Los días 27, 28 y 29 de octubre de 1978 fueron importantes para nosotros. Se realizó la III Convención Departamental del Partido Aprista. Aún no teníamos listo nuestro grupo político, pero fuimos a medir fuerzas contra el sector encabezado por los históricos dirigentes Alberto “Zorro” Romero Leguía y Augusto Saavedra Sánchez. Yo me hice acompañar por dos amigos de entonces, y de toda la vida: Bernardo Cabellos Sabino y Julio César Sifuentes Arias. Las fuerzas dentro de la convención estuvieron parejas, pero se aprobó nuestra principal reclamación: nuevas elecciones para cambiar la dirigencia departamental.
16/02/1979  Cementerio Divino Maestro de  Chimbote
Eduardo pronuncia un discurso ante el féretro de PSV
El radioperiódico “La Voz de Chimbote” era un éxito de sintonía en Chimbote. A las voces de don Pablo y la mía se había sumado la de Hilda Martino, una chica de 24 años que dirigía unos cursos de taquigrafía y mecanografía en el local aprista. Los editoriales del programa, escritos por don Pablo y leídos por mí, eran al día siguiente difundidos por otros programas de la ciudad.
Entre tanto había empezado la campaña electoral para la nueva directiva del Partido. Don Pablo y yo barajamos nombres para nuestra lista. La primera persona que visitamos fue Alejandro Ponce Rodríguez, un profesor que entonces mantenía un perfil bajo, y que en 1972 había liderado al sindicato de profesores en Chimbote. Junto a él formaron el núcleo central de nuestro grupo: Víctor Galarreta Vásquez, Hernán Mantilla Rodríguez, Adelina Wong Torres, Abraham Torres Barreto y Víctor Hugo Villanueva. Yo aún no tenía la edad mínima para postular, pero cuando don Pablo garabateó el primer borrador de su lista, me dijo: “Te voy a poner en la subsecretaría de difusión”. Yo le respondí: “Todavía no tengo 18 años”. Él me miró por encima de sus lentes, y sentenció: “Tú eres más maduro que muchos viejos... sólo no vayas por ahí diciendo tu edad”. Y escribió mi nombre en la lista.
No todo era política durante las reuniones nocturnas en casa de don Pablo. También había bohemia. A él le gustaban sus tragos y a mí empezaban a gustarme. Jorge Vásquez Hanada, un amigo de mi niñez y de toda la vida venía a El Trapecio con nosotros. “Vayan a la tienda del profesor López y traigan dos cervezas”, decía don Pablo. Y entre trago y trago cantábamos su tango favorito, Cuesta Abajo, mientras en la cocina desabastecida mi amigo Jorge hacía milagros para preparar un caldo de pollo sin pollo.
Armando Villanueva del Campo y Pablo Silva Villacorta
(atendidos por el Dr. Oswaldo Bustos Henostroza)
La campaña electoral que dirigió Pablo Silva Villacorta fue espectacular. Introdujo una nueva dinámica en las elecciones. Dejó el local central al grupo opositor, y él se fue a los barrios de Chimbote. Los movilizó, los llenó de energía, y los convirtió en una fuerza arrolladora. A ese punto nadie dudaba que ganaría las elecciones y que, una vez elegido secretario general, sería candidato victorioso a la alcaldía de Chimbote. El primer barrio que visitó fue el mío, y en el corral de mi casa hicimos una gran asamblea bajo una enorme ramada de tumbo.

Lilian La Bella era una de las hermanas Gonzáles. Yo la llamaba así. La veía por las noches, y a veces por las mañanas cuando me quedaba a dormir en la casa de don Pablo. Tenía un belleza apacible y me gustó desde el primer instante en que la vi. Yo todavía no daba el primer paso, hasta que un buen día don Pablo me dijo: “La estás haciendo esperar demasiado”. Entonces no la hice esperar más y nos hicimos enamorados.
Inicialmente hubieron sólo dos grupos en la campaña electoral, el de don Pablo y el sector histórico que controlaba la directiva, pero pronto apareció un tercero: el de “Los profesionales”. Lo llamábamos así porque en su mayoría estaba formado por médicos del Hospital del Seguro Social encabezados por su propio director, el Dr. Raúl Alvarado Araujo. A este grupo pertenecieron también los profesores Julio Geldres Aguilar y Fernando Bazán Blas.
Mi relación con Lilian La Bella fue breve pero hermosa. Ella asistía a las asambleas en el local central y no decía nada, sólo me acompañaba con su sonrisa. Y entre asamblea y asamblea nos escapábamos por unos instantes al malecón de Chimbote. El cielo estrellado, el murmullo de las olas, y una lánguida farola fueron cómplices de nuestras ternuras de amor. Hasta que un día Lilian La Bella se fue, y dejó la musicalidad de su nombre para evocarla con grata melancolía.
Había algo en común entre el grupo de “Los Profesionales” y nosotros: queríamos el cambio de la vieja dirigencia, pero nos teníamos mutua desconfianza. Sin embargo, hubo un intento para unir ambas listas. Una mañana se concertó una reunión en la dirección del Hospital del Seguro Social. Por nuestro lado fuimos don Pablo y yo. En el taxi trazamos un plan: para forzar al otro grupo a retirar varios nombres don Pablo iba a “declinar” su candidatura, pero yo me opondría a tal cosa. Al mediodía entramos a la dirección del hospital. Por primera vez yo pisé una oficina con alfombra y aire acondicionado. Fuimos recibidos por una veintena de funcionarios y profesionales vestidos de blanco. La reunión fue breve, la unión no se dio y cada grupo siguió por su lado.


Diario El Faro de Chimbote del Viernes 16 de Febrero de 1979 

En ese punto nos encontrábamos cuando llegó el Día de San Valentín de 1979. Durante la mañana don Pablo y yo estuvimos en la Cámara de Comercio, por la tarde visitamos algunos barrios, a las 6:30 pm estuvimos en el programa radial, a las 7:05 pm fuimos al Partido Aprista y permanecimos aquí hasta las 10:00 pm, a las 10:15 pm arribamos al cine Bahía, y unos minutos mas tarde un ataque al corazón fulminó su vida.

Su biografía quedó inconclusa, pero mientras estuvo entre nosotros derramó a manos llenas su genialidad, su carisma, y su talento de comunicador. Entre sus tareas pendientes dejó un manuscrito de aproximadamente 56 páginas en el que venía trabajando. Queda en las manos de sus descendientes asegurarse que este documento algún día vea la luz.
La noche en que Pablo Silva Villacorta falleció en mis brazos yo tenía 18 de edad. Treinta y tres años han pasado hasta poder sentirme listo y escribir estas líneas. Éste es mi recuerdo del viejo maestro, y es también una pequeña contribución para mantener viva su memoria.
New Hampshire, USA
Abril, 2012
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